El abrazo del exhausto y medio ahogado joven subsahariano a la chica de la Cruz Roja en la playa del Tarajal, respondido por esta con una ternura y una bondad merecedoras de la Medalla del Mérito Civil que el Gobierno ya está tardando en concederle, ese abrazo, digo, es algo que nunca podrá concebir el régimen medieval que arrojó a miles de sus súbditos al mar, sumando a su condición de parias sin pan, sin justicia y sin derechos, la de náufragos.
Las imágenes de ese abrazo, ese llanto y esas caricias consoladoras, salvadoras, a la orilla del mar devorador de fugitivos del hambre y la violencia, han dado la vuelta al mundo, así como las de los guardias civiles rescatando bebés, madres y críos de sus fauces, y yo no sé si nos habremos equivocado en la gestión política del acogimiento sanitario del presidente de la República Árabe Saharaui Democrática, con cuyo pueblo España tiene una deuda por haberle abandonado, o en la subcontrata del control de la emigración, o en nuestras relaciones demasiado contemporizadoras con el régimen marroquí, pero en lo profundo que revelan esas imágenes, el haber conservado el buen corazón, no.
De todo lo sórdido y dramático relacionado con ese amago de Marcha Verde que tan buenos resultados dio al reino alauita frente a la España agonizante de un Franco agonizante, de toda la podre de ese suceso que lo mismo persigue más millones de euros de nuestro país y de la Unión Europea que apalancarse para siempre, tras el visto bueno de Donald Trump no rectificado por Joe Biden, el Sahara Occidental tan ominosamente rendido e invadido, de todo ese trágico éxodo masivo merced a la cancela abierta por la Gendarmería marroquí, emergen esas imágenes de heroísmo sencillo de unas buenas personas enarbolando la bandera de la civilidad en un mundo donde, como en Gaza, arrasa la barbarie.
Pero de todas esas imágenes que han reproducido todos los noticiarios del planeta, y que hablan bien de nosotros, sobresalen dos que devuelven la esperanza, la del submarinista de la Guardia Civil arrebatándole al mar un bebé aterido, y la de la chica de la Cruz Roja fundiéndose con su náufrago en el abrazo más bonito del mundo.