Una vez que Pere Aragonés ha tomado posesión como 132 presidente de la Generalitat (ninguna mujer en siete siglos) y en vísperas de que se presente en sociedad la composición del nuevo Govern, los vectores del análisis son prácticamente unánimes: la cohesión interna no será su principal virtud.
Una forma piadosa de señalar que Aragonés, se estrena ajustándose a la cintura el explosivo cinturón de problemas derivados de un pacto entre grupos independentistas que se odian entre sí.
El acuerdo final logrado entre ERC y JxCat fue en realidad la plasmación del miedo de ERC a pasar por “traidor” a la causa y el de JxCat a pasar por culpable de una repetición de elecciones.
En esto también coincidía con la otra parte. Así que firmaron in extremis un pacto de 45 páginas, sólo para seguir discutiendo sin cargar con la reprobación de los catalanes, que de ninguna manera hubieran perdonado al bloque soberanista un eventual retorno a las urnas.
A partir de ahí, algunas cosas parecen claras en el nuevo tiempo de la política catalana. Aparte de la falta de coherencia (extraño contubernio de la izquierda con la derecha y la chispeante aportación de un grupo antisistema, ¿quién da más?), el equipo de Aragonés muestra un sesgo pragmático que se aleja de la exaltación independentista de su antecesor, Quim Torra, quien, dicho sea de paso, hace más de un año dio por muerta la sintonía JxCat-ERC por falta de confianza mutua.
Ese presunto pragmatismo se basa, de entrada, en el propio carácter del nuevo presidente, en comparación con su antecesor, pero también en la propia textualidad del pacto entre neoconvergentes de Puigdemont-Sánchez y republicanos de Junqueras-Aragonés. No hay desafíos a fecha fija, como ocurría con el desdichado “procés”, y se mantiene abierta la puerta de un diálogo con el Estado por un referéndum de mutua conformidad.
Si ese referéndum fuese de “autodeterminación”, como plantea el soberanismo, eso no va a ocurrir nunca, salvo que Pedro Sánchez enloqueciera y optase por el suicidio político. Pero, a la vista de los antecedentes, ya es positivo el hecho de fiarlo a una mesa de diálogo y a priorizar ese diálogo sobre una dinámica de confrontación y desobediencia al orden constitucional.
A partir de aquí, está por ver cómo va a conjugarse la vocación social de ERC, la lucha de JxCat contra el Estado represor y el activismo anticapitalista de la CUP, que son las tres fuerzas del “edredonig” independentista. Y todo ello en el marco de un plan orientado a “culminar la independencia de Cataluña a través de un referéndum pactado con el Estado”, sin desbordar los límites de una confrontación “cívica y pacífica”.
Pero es evidente que ahora hay menos épica y más pragmatismo. No es mala noticia.