¿Se puede empezar vendiendo un brebaje contra las lombrices, y acabar convertido en el amo del mundo? Sí, a condición de llamarse Pfizer. No se sabe cuántos miles de millones de dólares lleva ganados la farmacéutica con su vacuna, pero sí se acaba de saber que han debido parecerle pocos y, sin pensárselo dos veces, ha subido el precio de la misma, que ya costaba un dinero, en un 25%.
Ahora bien; para terminar de cuadrar las cuentas, las cuentas de los fondos de inversión que componen la mayor parte de su accionariado, anda promoviendo la necesidad de una tercera dosis. Con la vacuna de la Universidad de Oxford, la AstraZeneca, fuera de juego, Pfizer y Moderna, que también ha elevado el precio de la suya, tienen el campo libre para actuar como si, en efecto, fueran los amos del mundo.
En éste negocio de los remedios contra el Covid y sus variantes cuya deriva hacia lo obsceno se presagiaba, la desterrada vacuna anglo-sueca, que se vendía casi a precio de coste por crearse en una institución pública sin ánimo de lucro, venía sobrando, y como venía sobrando, se ha destinado a la beneficencia, acentuando así el estigma que sobre ella recaía, o sobre el que en ella hicieron recaer. Dicen quienes justifican el pelotazo de las vacunas mensajeras, que las compañías que se están forrando sin tasa con ellas invirtieron mucho dinero en investigación.
Es cierto, como también lo es, y más cierto todavía, el aporte descomunal de dinero público que recibieron de los estados para desarrollarlas. Algunos de esos estados recuperarán, vía dividendos, una parte, y otros no, pero la cuestión no es tanto el grado de legitimidad de las ganancias como la radical ilegitimidad del propio negocio, un negocio que para engordar priva del acceso a la vacuna a los pueblos que no pueden pagar su desmesurado precio, y que, de otra parte, impone sus condiciones leoninas a los que sí pueden.
El coronavirus sigue ahí, dejando su estela de dolor, estrés, pobreza y muerte por el mundo, y la vacuna es el único remedio medianamente protector. El que la tiene, el que se apalanca su fórmula, el dueño del secreto, se convierte en el amo del mundo, bien que un poco a pachas con las eléctricas, que también se han desmandado.
Ya sabemos en manos de quién quedan nuestras vidas, a qué chantaje han de rendirse las naciones, qué ilimitado poder persiguen los nuevos amos del mundo.