El diario del 13 de octubre de 1996 llevaba a portada el eclipse de sol y la propuesta de especialistas de Holanda, que aseguran tener soluciones para recuperar Bens.
Casi trescientos años después de que las tropas inglesas, comandadas por el general Sir John Moore, se enfrentaran a las francesas, dirigidas por el mariscal Soult, en la conocida Batalla de Elviña, un grupo de amantes de las colecciones de miniaturas de militares han decidido crear una asociación llamada como uno de los regimientos británicos que entró en batalla aquel 16 de enero de 1809, The Royal Green Jackets. En concreto, son quince personas quienes han constituido la primera asociaicón coruñesa de coleccionhistas de miniaturismo y uniformología militar, que ayer se presentó en La Coruña.
En 1915, Sofía Casanova (una coruñesa rubia, de ojos verdes, agraciada, culta y distinguida) iniciaba una serie de crónicas que darían a conocer en ABC a los lectores españoles la situación del este europeo durante la I Guerra Mundial. Tenía 54 años. La que entonces era Sofía Lutoslawska en virtud de su matrimonio con un intelectual y diplomático polaco, se convertiría así en la segunda española corresponsal del guerra. La primera había sido Carmen de Burgos en la guerra de Marruecos. Las crónicas de Sofía Casanova, una colaboración que mantuvo con el periódico madrileño hata 1944, le dieron una enorme popularidad en España. Cuando, en 1919, visitó Galicia, El Ideal Gallego recibió a su ya insigne compatriota con todos los honores, siguiendo paso a paso sus actividades en la ciudad.
La empresa holandesa "Afvalsturing Friesland", que trabaja para el departamento de Medio Ambiente de la provincia de Friesland, ofreció recientemente sus servicios al Ayuntamiento de La Coruña para colaborar en el sellado y recuperación del vertedero de Bens. La citada compañía, que gestiona los basureros más avanzados de Holanda, se dedica a la recogida y tratamiento de los desechos y su control. El sistema seguido por esta empresa se centra en la selección en origen de la basura, utilizando para ello contenedores de colores, según el producto recogido. Tras esta separación, una parte se dedica al reciclaje; otra, a la incineración, y el resto, se acumula en vertederos con grandes medidas de seguridad, que eliminan los posibles daños en el entorno.
"Yo lo tenía todo limpio, limpito", repite una y otra vez Josefa Méndez de la Iglesia, la última vigilante del castro de Elviña, la mujer que por espacio de tres años sacó brillo a unas piedras milenarias que duermen el sueño de la burocracia esperando a ser utilizadas en cualquier momento como artillería de campaña (electoral). Incansable Josefa en su flashback castreño, relata cómo arrancó durante más de tres años tojos y hierbajos ("casi no crecen los condenados"), cómo baldeó pesados cubos de agua sobre las escaleras del aljibe, cómo, en fin, cansada de promesas, decidió terminar con un trabajo jamás reunerado y, sólo de cuándo en vez, recompensado con míseras propinas. "Lo tenía que daba gloria. También hubo otros a los que les pagaron por cortar el tojo. Venía así de gente (agita ambas manos entrechocando los dedos) pero ahora está tan terrible que llegan hasta aquí y se dan la vuelta". Recuerda con una mezcla de cariño y desengaño al director del Arqueológico, Felipe Senén. "Un día lo echaron del castro diciéndole que no podía trabajar en las propiedades de otras personas. Entonces vino aquí llorando de rabia". Todo el mundo se queja, dice. "Vienen los colegios, los profesores y los niños y no saben a dónde ir. Y me llaman a mí siempre (la casa de Josefa es la que se levanta más próxima al poblado celta). Señora, ¿dónde está el castro?, me dicen. También me preguntan que por qué está tan abandonado". En su ya larga vida solo un alcalde visitó el barrio. "Que hagan algo, que lo limpien, que no ves más que drogadictos que llean ahí, a la deriva, hijo, a la de-ri-va". Más o menos como el castro.