Cada vez más aceptamos casi como inevitables algunos comportamientos políticos que casi nos escandalizan. Sabemos que en política, quienes la ejercen, se equivocan, que cometen errores que nunca reconocen y que, en ocasiones, su capacidad para la impostura y la incoherencia claman al cielo. Se observan silencios que no se sabe bien si indican complicidad o cobardía y también ocurren que estos silencios se sobresaltan con palabras absurdas y estériles.
Nos escandalizan los comportamientos corruptos y si queremos que esto no se convierta en un patio de vecinas mal avenidas, también nos deberían escandalizar las insinuaciones que se convierten en sospechas y las sospechas en acusaciones sin fundamento.
Me escandaliza la corrupción pero debo admitir que me asusta la moda de los vídeos y los audios. Realmente no es nueva. Hace años, el espiado fue el socialista Txiki Benegas de quien se filtró una conversación que mantuvo en su propio coche. Más recientemente, salió a la luz otro audio en el que se recogía la conversación en la que intervenía la actual Fiscal General del Estado, al grito de “Marlaska, maricón”, audio que, por cierto, pasó sin pena ni gloria. No quiero ni imaginar si quien se hubiera pronunciado en esos términos hubiera sido alguien de la Oposición.
Cabe incluir en el capítulo de vídeos, el referido a Cristina Cifuentes y su incidente con unas cremas en él supermercado. Cuando alguien lo distribuyo ya no estaba en el poder. El propósito de quien durante años guardó misteriosamente esa cinta y luego la filtró no podía que ser otro que hacer leña del árbol caído, algo muy, muy miserable.
El audio en el que se recoge la conversación del vicepresidente andaluz Juan Marin con el grupo de Ciudadanos, que es el suyo, mantenida, nada menos, que en el pasado mes de julio y dado a conocer en las vísperas de que entren en el Parlamento andaluz las enmiendas a la totalidad al proyecto de presupuestos de Moreno Bonilla, estarán conmigo que es todo menos inocente.
Todos estos audios y vídeos tienen autores directos y filtradores que calculan bien los tiempos con el único fin de hacer daño a quienes intervienen en los mismos y en todos los casos relatados hay, con seguridad, algún supuesto amigo, un compañero que iba de tal y que por alguna circunstancia se convirtió en el mayordomo traidor o en la mujer despechada.
Deberían inquietarnos estos comportamientos tan absolutamente miserables que nos invitan a sugerir a nuestros políticos que cuidado, mucho cuidado con quien tienen al lado. Mucho cuidado con los que se erigen en defensores a ultranza de los principios y valores y cuidado, mucho cuidado con lo que hay encima de las mesas. Viendo estos hechos y algunos más, sugiero que no haya floreros, ni bolígrafos que no hayan sido supervisados, ni rincón que no haya sido rastreado y aunque suene a autoritarismo, no estaría de más, si no quieren sustos, que todos los que asisten a una reunión lo hagan sin móviles.
De la misma manera que hay que dotarse de herramientas que disuadan a los corruptos de serlo, habría que hacer lo mismo para evitar que los traidores, y desleales que creen que la venganza consiste en destruir al otro, también se lo piensen. Hace algún tiempo un importante dirigente político reconocía que “los partidos somos muy cabrones”. Matizaría para decir que los partidos, no, pero sí algunos y no pocos de sus integrantes como bien estamos escuchando. No solo Villarejo domina el arte de las escuchas.