No hay un verano sin fuegos artificiales, igual que no lo hay sin churrascada o sin playa. Ayer volvió a cumplirse la tradición y rayos y truenos cayeron sobre la ciudad, el cielo se iluminó de todos los colores y el olor a pólvora flotó por toda la bahía del Orzán. Era la Batalla Naval, y ni siquiera la llovizna ni la niebla que avanzaba por el mar, como en su día lo hicieron los barcos de Drake, iban a estropearla.
Todo el Paseo Marítimo se cortó para la ocasión, para recibir a las cerca de 90.000 personas, según fuentes municipales que, a pesar de la llovizna, habían acudido a disfrutar del espectáculo pirotécnico por excelencia de A Coruña: nada menos que 756 kilos de pólvora que estallaron con cinco minutos de antelación sobre el horario previsto en secuencias cuidadosamente programadas que hicieron retumbar el cielo y los cristales de los edificios del Paseo Marítimo.
Algunos afortunados pudieron contemplar el espectáculo apoyados en el alféizar de sus ventanas, pero el resto de los espectadores tuvieron que desplazarse hasta un lugar donde estuvieran seguros de no perderse el recital de la Pirotecnia Xaraiva. Las dos zonas de disparo se dispusieron la una frente a la otra: en la Coraza de Las Esclavas y en la Finca de los Mariño.
Todo estaba dispuesto desde hace días: los servicios de emergencia y la Guardia Civil habían comprobado la seguridad el jueves. Este año era más complicado que nunca, con una gran cantidad de efectos digitales que buscaban asombrar al público.
Los piroctécnicos echaron mano de estallidos amplios y a varias alturas, composiciones aéreas con movimientos coreografiados con conjuntos de arrebatos. Momentos culminantes con remates multicolores y abanicos pirodigitales, que dieron paso a una gran descarga de ruido, como el redoble de un tambor gigante, que puso punto final a la atracción.
Fueron veinte minutos de espectáculo, destellos seguidos de exclamaciones de asombro, y de chispas. Y también de niebla.