Anunció su tour recordando que se siente vivo, pero lo que David Bisbal logró esta noche en el Coliseum de A Coruña es reivindicar su figura como patrimonio nacional atemporal de la música popular. Lo hizo con un repaso a dos décadas de trayectoria y durante dos horas de un recital en el que no solamente se metió al público en el bolsillo. Le tocó la fibra y lo retorció con cada una de las volteretas que hace tiempo se han convertido en una suerte de Moonwalker patrio.
Más de 5.000 personas se situaron al otro lado de la partida de Ajedrez con la que decidió romper el hielo, o más bien el cristal que virtualmente le encerraba en la cuenta atrás a través de las pantallas. El que el almeriense ha definido como su primer gran tema pop funcionó a la perfección y encarriló el trayecto hasta Lloraré las Penas, cuarta elección de la noche y primer hit masivo. Justo antes le había dado el “buenas noches a mi gente de A Coruña” y confesó la “maravilla que es estar en este lugar mágico”. Y lo cierto es que Bisbal tuvo que hacer magia vocal en ocasiones para sortear un sonido muy mejorable durante la media hora inicial.
Transitó el popurrí por una fase emocional y menos ‘bailonga’ desde Mi Princesa al retorno a un medley del primer disco, finalizado con un coreado y emotivo Dígale.
No se prodigó demasiado en discurso Bisbal, quien se mostró sorprendido por el calor habitual del Coliseum y tampoco dudó en enfundarse no una, sino dos banderas gallegas para encarar la recta final.
Curiosamente para el bis se guardó tres ases en la manga: Bulería, Corazón Latino y Ave María. Pero ese viaje al ‘triunfito’ madurado lo hizo enfundado en una camiseta en la que se preguntaba “cómo están los máquinas”. Y es que el Bisbal de 2001 jamás podría imaginarse la vigencia sociocultural de su yo de 2023.