Sostiene el pintor Jorge Cabezas que entre todo lo acontecido en la historia de la ciudad, desde la noche de los tiempos hasta hoy, no hay acontecimiento más importante que el paso por A Coruña del artista más prolífico de la historia y más importante del siglo XX, es decir, Pablo Ruiz Picasso. Esa estancia tuvo un punto culminante un día como hoy, 20 de febrero, 130 años atrás atrás, cuando el malagueño inauguró la primera exposición individual de su vida.
Tradicionalmente, desde Cataluña se han querido apropiar de este bautismo y han defendido que la primera vez que Picasso expuso fue en 1900 en la barcelonesa taberna Els Quatre Gats, restando importancia a lo acontecido cinco años antes en A Coruña al tratarse de una muestra en la que se exhibió poca obra en el escaparate de un negocio de la calle Real. Pero es que no era cuestión baladí exponer en esa vía y de ese modo: lo hacían hasta los pintores más reputados debido a que tanto A Coruña como toda Galicia carecían entonces de una sala de exposiciones. Durante la estancia de Picasso en la ciudad (octubre de 1891-abril de 1895), se celebran más de 80 muestras en la urbe, la mayoría en la calle Real.
En todo caso, no hay mayor refutación que las palabras que el propio artista, a los 89 años, le dijo a Olano, según recoge este periodista en su libro ‘Picasso gallego’: “(...) Cuando manteníamos esta conversación, entre té y percebes, salió a relucir la publicación española en la que se aseguraba que la primera exposición de Picasso se hizo en Barcelona. Picasso leyó aquellos párrafos y protestó airadamente: ‘¡Esto es falsear los hechos! ¿Cómo no me voy a acordar yo de mi primera exposición? Era la máxima ilusión de mi vida (....) Salieron incluso notas en los periódicos coruñeses’”.
El contexto en el que se produce esa muestra es muy especial. Pablo está tocado en lo anímico. El 10 de enero muere su hermana pequeña, Conchita, víctima de la difteria a los 7 años. Antes del fallecimiento, promete ante Dios que si este la salva él deja de pintar. Eso no ocurre y se siente pintor por decisión divina. Días después, el 1 de febrero, se matricula en la Escuela de Bellas Artes coruñesa en una tercera asignatura: Pintura y copia del natural, impartida por su padre. Ese mismo progenitor que, según contaba el propio Picasso, le deja en ese tiempo su paleta y sus pinceles en una alternativa pictórica con aroma torero.
Al fin, el 20 de febrero, Pablo, de 13 años, cuelga su obra en el escaparate del bajo número 20 de la calle Real, en concreto en la tienda de muebles de los herederos de Joaquín Latorre.
En la conversación antes citada con Olano, Picasso también recordaba que en los periódicos de la época se habían publicado “notas”. En plural. La primera de ellas se publicó el 21 de febrero en ‘La Voz de Galicia’ y tiene un final impactante: “Continúe de esa manera y no dude que alcanzará días de gloria y un porvenir brillante”. No lleva firma, pero seguramente sea obra del ilustre Alejandro Barreiro. Al día siguiente, 22 de febrero se publica una segunda crítica, esta vez en el ‘El Diario de Galicia: periódico católico é independiente’, también con sede en A Coruña. Comparan al niño Picasso con Giotto. La pieza carece de autoría, pero seguramente es obra de Vicente Carnota. “No dicen aquellas obras pictóricas que su autor es ya un artista. Pero algo dicen. Dicen que lo será. Y esto es mucho. Como mucho era lo que presagiaban á Cimabue los nada correctos bosquejos de Giotto, que llegó a ser uno de los pintores más afamados”, escribe el plumilla.
En ninguna de las dos críticas se dice qué piezas son las que muestra Picasso. Partiendo de que ambos periodistas se refieren en un caso a “dos estudios de cabezas” y en el otro a “varias cabezas” suponemos que se trata de variaciones sobre el mismo modelo, y que en concreto podría haber mostrado dos de estas obras o incluso las tres (“varias”, como apunta ‘El Diario de Galicia’, son más de dos): ‘Hombre barbudo, con las manos apoyadas en el bastón’ (Herederos del artista); ‘Viejo peregrino’ (Herederos del artista) y ‘Cabeza de hombre barbudo’ (Herederos del artista). De ninguna de ellas se desprendió hasta su muerte: las trasladó de estudio en estudio.
Al barbudo protagonista de estas tres piezas lo pinta al menos en cuatro ocasiones más: en dos óleos, en una pandereta y en una tabla, que es en donde retrata a este hombre por primera vez, pues está datado por el artista en 1894 y el resto han sido fechados en 1895. Es, no hay duda, la cabeza que Pablo más tiene en su cabeza.
En 1895, y esta primera exposición es muestra de ello, la obra de Picasso da un salto de calidad enorme, que sus biógrafos atribuyen a dos hechos: la muerte de su hermana (promesa incluida) y la cesión de la paleta y los pinceles por parte de su padre: “No sabemos si fue debido a las fantasías derivadas de la muerte de su hermana y de la renuncia de su padre, pero lo cierto es que la capacidad y la pericia de Pablo aumentaron de inmediato”, destaca uno de sus mejores biógrafos John Richardson, quien detecta que en este momento se produce una transición en su obra como la que generará después el fallecimiento de Casagemas, origen de la etapa azul. Picasso vive en A Coruña una explosión creativa que no cesará hasta su propio muerte. Y la primera muestra pública de este sublime estallido es su primera exposición individual, la que hoy cumple 130 años.
Tras el éxito de la primera exposición, no tarda mucho en producirse la segunda, abierta el 3 de marzo de 1895. Se desconoce el lugar exacto, pero todo apunta al número 54 de la calle Real, donde hoy hay una churrería Bonilla pero que en ese año albergaba la paragüería de Bernardo Hernández. Sí se sabe, por la descripción que hace la elogiosa crítica de ‘La Voz de Galicia’, qué cuadro mostró en el escaparate: se trata de ‘El hombre de la gorra’, en la que el artista retrata a un conocido mendigo de la época, don Adolfito. El malagueño conservó hasta su muerte esta obra, que hoy custodia el Museo Picasso de París.
La de la calle Real fue la primera exposición individual de Picasso, pero no la primera de su vida. Antes participó en dos colectivas en el centro en el que estudiaba dibujo, la Escuela Provincial de Bellas Artes de A Coruña, que tenía por costumbre que los alumnos mostrasen los trabajos más destacados ejecutados durante el curso una vez que éste finalizaba.
Así ocurrió al concluir el ejercicio 1892-1893, el primero en que el malagueño estuvo matriculado en la citada escuela, en el que recibió un sobresaliente con accésit en Dibujo de figura y adorno.
La muestra se repitió al final del curso 1893-1894. Y con motivo de ella se publica la primera crítica de la obra de Picasso, que se puede leer el 17 de julio de 1894 en ‘El Diario de Galicia: periódico católico é independiente’, un diario editado en A Coruña, realizada por un autor desconocido que firma con siglas ‘P. P. T.’.
Pablo solo tenía 12 años. Cuando habla de la clase de Dibujo de figura ofrecida por el padre de Picasso, se explica que se presentan “setenta trabajos” creados en ella, entre los que destaca la buena mano de Juan Soler y del hijo del maestro: “También es digno de mencionarse el trabajo del niño Pablo Ruiz, que aunque no tiene recompensa la merece, pues presenta un torso con un claro-oscuro vigoroso, una academia muy bien plantada y un hércules de Fidias perteneciente al frontón oriental del célebre Partenón, casi destruido en 1687 por una bomba veneciana”.
Según se explica en un artículo publicado en el catálogo de la exposición ‘Picasso. Blanco en el recuerdo azul’, las piezas que refiere el crítico son: ‘Estudio académico de un torso visto de espaldas’ (Museo Picasso de París), ‘Teseo’ (Herederos del artista) y, muy probablemente, ‘Estudio académico de un pie derecho’ (Herederos del artista).