Después de cerca de dos años de problemas, la okupación del número 41 de la avenida de Oza, ha llegado a su fin. Poco antes de las ocho de la tarde, un grupo de cuatro hombres, todos jóvenes magrebíes, y una mujer, esta de nacionalidad española, abandonaron el lugar con sus bártulos a cuestas. Según reconocían ellos mismos, habían llegado a un acuerdo con la propiedad, que les había entregado algo de dinero para que pudieran instalarse en otro lugar.
Durante toda la mañana, se habían visto preparativos: tres hombres se dedicaban a instalar gruesas planchas metálicas para cerrar el portal, pero con una puerta para que pueda entrar y salir la única inquilina legal que permanece en el inmueble. Durante la mayor parte de la tarde, los okupas habían esperado sentados en los escalones de la entrada hasta que llegaron los mismos hombres que habían instalado el cierre. Después de una breve discusión, recogían sus cosas y, poco después, echaban la llave.
Ninguno de los tres operarios pertenecía a ninguna empresa de desokupación. “Soy amigo del propietario”, comentaba uno al tiempo que garantizaba el acceso de la restante inquilina. También se esperaba la llegada de un vigilante para que protegiera el acceso ante posibles intrusiones. O por lo menos, eso les habían dicho a los interesados. Pase lo que pase, el número 41 de la avenida de Oza no va a ser okupado de nuevo.
Entre los afectados por la partida se encontraba una mujer, española, que denunciaba que no solo estaba embarazada, sino que también tenía cáncer de hígado. Sin embargo, esto no había bastado para que le permitieran permanecer en el inmueble unos días más, como había pedido.
La única residente del 41 tampoco estaba muy contenta. “Esto es una locura”; protestaba. Esta mujer lleva 18 años residiendo en el mismo piso, y lamenta marcharse, pero la propiedad quiere reformar el edificio para ponerlo a la venta. “Yo he vivido entre asesinos, porque aquí vivían los que mataron al Malaguita”, dijo, refiriéndose al asesinato cometido en noviembre el año pasado en una pensión de Os Mallos.
No ha sido el único incidente que ha tenido lugar en el edificio. La propia inquilina recuerda que le robaron en Navidad. “Se llevaron todo y revolvieron el resto. Se llevaron mi televisión y mi guitarra”. Aunque los jóvenes que quedaban son mucho menos conflictivos, recuerda también las idas y venidas de gente relacionada con la droga. Gritos y disputas “todos los días”.
Tampoco es la primera vez que la propiedad del edificio trata de sellarlo sin esperar al desalojo oficial. En enero, unos operarios trataron de sellar las puertas de los pisos vacíos, pero acabó estallando un enfrentamiento con los okupas, que consiguieron que el trabajo que hoy se finalizó quedara a medias.