Si la figura del lince si hizo famosa hace unos años por pasar la noche sin beber y llevar a sus amigos en el coche, la del paciente colega que merece un monumento debería tener su propia acepción. Y es que lograr un asiento en la hostelería coruñesa para ver la Champions League durante las dos semana de cuartos de final resultó toda una odisea y requirió de una cierta planificación por parte de las pandillas: la mayoría de los sitios estaban ya llenos horas antes del comienzo, con sacrificados individuos guardando sitio a aquellos que todavía seguían su jornada laboral. 

Resultó una imagen propia de tiempos pretéritos, cuando el fútbol en los bares vaciaba los hogares, y también cuando la cuota de los operadores no se acercaba a un salario de media jornada. Muchos han decidido darse de baja en los últimos años, también debido a que el pack de fútbol profesional no cubre el Deportivo, inmerso en la pelea por volver. 

En el caso de la zona centro fueron tres los bares que capitalizaron el foco: Sport Café en la calle del Marqués de Pontejos, Showroom en Torreiro y A Taberna do Xan en la calle de la Galera. En todos la demanda rebosaba hasta el punto que algunos, rubor aparte, decidieron plantar la silla de playa en la calle y seguir el fútbol a distancia, pero con la misma emoción. Ayudó a una recaudación por encima de cualquier fin de semana el hecho de que, además, en la eliminatoria del Real Madrid hubiera prórroga.