El Ayuntamiento ha hecho el suyo el lema de recuperar la calle para las personas. La idea es que la vía pública se convierta en la sala de estar del ciudadano, y no simplemente un lugar de tránsito de un punto a otro. Puede decirse que lo ha conseguido, o que está en camino de hacerlo: las calles de A Coruña rebosan actividad: eventos públicos como conciertos, celebraciones y manifestaciones llenan las calles, y obligan a cortar la vía y a desviar el tráfico. La circulación en la ciudad es cada vez más tiene más incidencias y la prueba se encuentra en los semáforos que los agentes tienen que manipular más de 40 veces al día por término medio.
Conviene comenzar diciendo que el tráfico de la ciudad se controla desde el Centro Integral da Mobilidad (Cimob) situado en la estación de autobuses. Desde allí, las pantallas muestran las imágenes recogidas por cientos de cámaras que monitorizan el tráfico, y también se controlan los semáforos. Normalmente, todo funciona mediante un ciclo pautado que busca el equilibrio entre peatones y vehículos y que varía mucho según el cruce. Por ejemplo, en la avenida de Arteixo con la ronda de Outeiro, los cuatro semáforos que regulan el cruce tienen tiempos distintos los unos de los otros.
A lo largo del día, las luces cambian de manera automática, pero ocurre a menudo, como cuando hay un embotellamiento o un accidente de tráfico, que la vía amenaza con colapsarse. Por eso los agentes de la Policia Local a menudo modifican la frecuencia de las luces para dar más fluidez y aliviar el atasco.
Eso se encuentra dentro de lo normal, sobre todo en vías claves como la avenida del Puerto, por ejemplo, que es una de las arterias de la ciudad y que tiende a congestionarse en las horas punta. Pero la forzadura semafórica, como se denomina a este procedimiento, cada vez se emplea más. El año pasado nada menos que 15.168 forzaduras, según los datos municipales. Es decir, el doble que en 2022, cuando solo fueron 7.710. Pero es que en 2021 ya habían sido muchas menos, 6.622, y en 2021 habían sido 3.205. Naturalmente, hay que contar con que en 2021 todavía se estaba saliendo de la pandemia y que el tráfico no se había normalizado. Pero antes del estallido del covid, lo normal es que las forzaduras rondaran las 6.000.
Normalmente, la mayor parte de esas manipulaciones semafóricas se localizan en el centro. Primero, porque es el lugar donde se celebran la mayor parte de los eventos que tienen las calles como escenario. Y segundo, porque al encontrarse en un istmo, unas pocas calles tienden a concentrar el tráfico más denso. A la ya mencionada avenida del Puerto hay que añadir las de Juana de Vega, plaza de Pontevedra o el paseo Marítimo, a la altura de Riazor y Orzán, así como Juan Flórez.
A menudo los agentes se las ven y se las desean para conseguir que la circulación no se paralice. La mayor parte de los conductores no son conscientes de la labor que realizan telemáticamente robando un segundo aquí para ganarlo allá. Lejos quedan los días en los que el tráfico se dirigía a mano y con un silbato en la boca. Ahora solo se puede contemplar ese espectáculo cuando la red semafórica falla (lo que ocurre en ocasiones). El resto del tiempo, los agentes observan las múltiples pantallas mientras tratan de afinar más y más el resultado de este particular videojuego de la vida real.
Estos datos vienen parejos a otros, como los que tienen que ver con las ocupaciones de vía pública, con las que están directamente relacionadas. El año pasado hubo 5.764 autorizadas por la Policía Local, de las que solo algo más de mil corresponden a obras municipales. Es decir, un 18,5%. Y las estadísticas señalan que se aprueban solamente el 81,4% de las peticiones que se realicen, lo que prueba hasta qué punto la actividad ha regresado a las calles de A Coruña, con respecto a la pandemia, cuando solo se tuvieron que permitir 1.536. El resto de las ocupaciones pueden deberse a cualquier cosa, desde una mudanza hasta un evento al aire libre, por eso la mayor parte tiene lugar en verano.
El presente año la situación ha sido igualmente tensa, sobre todo por las obras de la calle San Andrés, que resulta ser una de las principales arterias del istmo, lo que ha obligado a desviar aún más tráfico hacia la avenida de Oza y el Paseo Marítimo. Esto complica algunos operativos que se han vuelto habituales a lo largo de los años, como el cierre de Manuel Murguía cada vez que se celebra un encuentro en el estadio de fútbol de Riazor.
Todos los profesionales del volante, desde los choferes de taxi a los de autobús, notan la congestión en el centro de la ciudad. Ricardo Villamisar, presidente de Teletaxi, la asociación mayoritaria de taxistas, reconoció los problemas que sufre su colectivo “en el momento en el que San Andrés está cortado y el Paseo Marítimo se corta también”. “Por ejemplo, si hay fútbol, es una tormenta perfecta. Para nosotros, la circulación en estas circunstancias se hace difícil”, comenta. El desvío del tráfico pesado también es un factor importante: los autobuses se ven obligados a transitar por el Paseo Marítimo y esto, unido a todos los cortes, provoca que la circulación se haga mucho más lenta y que los semáforos tengan que manipularse consecuentemente.
Si en verano son los grandes eventos los que generan más ajustes semafóricos, en invierno los colegios son uno de los principales puntos en los que se tienen que focalizar los agentes de tráfico. Sobre todo cuando están localizados en zonas claves del centro de la ciudad, como la Grande Obra de Atocha, pero estos no son los responsables del gran incremento de las forzaduras semafóricas, señalan los agentes consultados, sino que son los nuevos eventos que se celebraron durante el año pasado los que han generado tanto trastorno. Un ejemplo de ello es el Recorda Fest, que se celebró en las instalaciones portuarias y que afectó seriamente el tráfico del centro de la ciudad, tanto de Linares Rivas como de la avenida del Puerto.
Es el precio a pagar por ser la capital cultural del noroeste, como pretende el concejal del área, Gonzalo Castro. En todo caso, a medida que se implantan más medidas de control de tráfico, con una gran inversión procedente de los fondos europeos Next Generation, el control del tráfico cada vez es más exacto: la instalación de la Zona de Bajas Emisiones no ha restringido más la circulación, pero si permitirá volcar aún más datos en el Cimob, de manera que será más fácil predecir los comportamientos del tráfico en el futuro. También las pantallas que se están instalando ahora servirán para avisar a los conductores de cualquier atasco e indicarles rutas alternativas, lo que ayudará aún más, pero no hay que llamarse a engaño: las obras no desaparecerán y otras molestias tampoco, así que los conductores tendrán que armarse de paciencia igual que se ponen el cinturón.
La Policía Local cuenta con dos radares que puede instalar en las cajas distribuidas en siete puntos estratégicos de la periferia de la ciudad, incluido Alfonso Molina. Sin embargo, la alcaldesa, Inés Rey, no los ha instalado alegando que, por el momento, los niveles de exceso de velocidad se mantienen relativamente bajos. En realidad, según los datos recabados por los radares pedagógicos situados en el centro, solo el 5% de los coches detectados superaba el límite de velocidad a finales del año pasado, aunque en el caso de la avenida de Alfonso Molina la cifra de infractores sí que llegaba al 25%.
El año pasado se registraron 825 accidentes de tráfico: atropellos, colisiones, alcances... Todos los incidentes que salpican a diario las vías de la ciudad y que son contabilizados por la Policía Local. La gran mayoría no son denunciados, puesto que se saldan con un parte amistoso pero los más graves sí quedan reflejados en los documentos de la Unidad de Tráfico de la Policía Local. La cifra es baja comparativamente con años anteriores y sobre todo, el número de heridos es apenas de 302, de los más bajos de los últimos años. En parte, se achaca esta reducción al establecimiento de la Zona 30.