No siempre la obra de Lugrís en lugares públicos ha tenido la suerte de los murales del viejo Fornos, que la Xunta ha comprado con la intención de trasladarlos al Museo de Belas Artes que dirige Ángeles Penas. De hecho, hubo una obra que fue directamente a la basura, de donde fue rescatada por un galerista. Hoy es una de las piezas estelares de la colección de Abanca.
La historia comienza en 1953, dos años después de la intervención de Lugrís en el Restaurante Fornos, en el número 27 de la calle de los Olmos. El artista coruñés fue contratado para intervenir en el concesionario de venta de vehículos Citröen que Jesús Lago y Lago tenía en el número 14 de la calle Marqués de Amboage. Este local pasó después a ser ocupado por Garaje Central, y conservó la obra de Lugrís hasta que alguien decidió que no merecía siquiera decorar una gran pared. Decimos “gran” porque hablamos de una espectacular pieza de 269 centímetros de alto por 179 de ancho.
En este punto hay dos versiones de la historia. Ambas están protagonizadas por el galerista Salvador Corroto Parra, fundador de la Galería Atlántica, un dinaminazador de la cultura local fallecido en 2012 al que la ciudad debe un homenaje. Una dice que tenía localizada la obra en el garaje, que sabía que estaba deteriorada, rota parcialmente y manchada; decidió comprarla, restaurarla y posteriormente se la vendió a Caixa Galicia. La otra teoría, más propia de la leyenda lugrisiana, es que la rescató en esas penosas condiciones pero de un contenedor de la basura.
En la obra, Lugrís elige un elemento característico de cada ciudad. En el caso de A Coruña, destaca una representación de la torre de Hércules cuando estaba dotada de rampa exterior.