Tardaron en llegar más que a cualquier otra ciudad gallega y ahora los coruñeses sacan pecho hasta el punto que no se imaginan el día a día sin ellos. Los pinchos de cortesía, normalizados desde hace más de una década en la hostelería de la ciudad como respuesta a la crisis de 2008, empiezan a ver su existencia seriamente amenazada. El incremento de los costes, el trabajo que requieren y, en algunas ocasiones, la desmesurada exigencia de los clientes respecto a un producto gratuito empiezan a hacer que los profesionales se planteen su viabilidad.
Cabe separar el pincho de cortesía de la lancha de callos de los domingos y el chicharrón de tasca de toda la vida. Algunos negocios han basado su éxito y se han diferenciado por servir periódicamente vastas ruletas de preparaciones de todo tipo que no solamente acompañan la consumición, sino que hacen que el cliente se vaya comido o cenado a casa. Y ahora se ha malacostumbrado. “Llegará un momento en el que no podamos ofrecerlos: o doblamos el precio de las consumiciones, hasta los cinco o seis euros, o no dan las cuentas, y a partir de este mes de enero será aún peor”, lamenta Santi, responsable de Destapa Santa Clara, uno de los templos tradicionales del pincho de cortesía coruñés.
El mismo parecer lo comparte el presidente de la Asociación Provincial de Empresarios de Hostelería de A Coruña, Héctor Cañete, que considera que se trata de una cuestión de rentabilidad y de números. “No es que temamos por el pincho, sino que los números son fríos y no entienden de nada más: para que el negocio funcione, el coste de la bebida tiene que dar para el pincho”, explica. “Si suben los costes de producción y mantenimiento y a alguna iluminada se le ocurre una subida salarial, todo eso va a repercutir en el precio final, o sino toca reducir servicios”, prosigue Cañete, que también tiene un ojo puesto en aspectos como el incremento de las tasas de las terrazas o el de los costes de la bolsa de la compra.
El máximo representante del sector subraya, además, el carácter de servicio al cliente del pincho de cortesía y la necesidad de que sea el propio consumidor el que sea capaz de sostener ese servicio. “Hacen que los clientes estén más satisfechos y pidan una segunda consumición, pero todo tiene que darse con un retorno que haga que funcione”, indica Cañete.
Son varias las formas en las que los hosteleros conciben el pincho de cortesía, aunque las más habituales son la producción explícita o el aprovechamiento de retales de, por ejemplo, el menú del día. En el primero de los grupos se sitúa Patricia Gómez, de El Tío Juan, a la que cada vez le faltan más las ganas para seguir con ellos. “Me aportan mucho trabajo y, a veces, poco agradecimiento, a pesar del coste y lo laborioso”, matiza. “Puedes tener varios para escoger, pero los clientes lo hacen peor”, finaliza la hostelera.
Los primeros días del año también han servido para que los clientes habituales comprobasen cómo en muchos locales se incrementaba el menú del día. Las razones son exactamente las mismas.
Y es que los hosteleros tienen que hacer malabarismos para que el menú no baje en calidad, ni eleve su precio en exceso.