Las autoridades indias identificaron este jueves a tres personas, dos de ellos ciudadanos paquistaníes, como presuntos responsables del ataque contra un grupo de turistas del martes en la región de Cachemira administrada por la India, en el que murieron al menos 26 personas y más de una decena resultó herida.
Los sospechosos han sido identificados como Asif Fauji, Suleman Shah y Abu Talha y han sido vinculados al ataque mediante retratos robot elaborados a partir de las descripciones ofrecidas por los supervivientes, según declararon fuentes policiales a EFE.
Según la policía, Fauji y Shah serían de nacionalidad paquistaní y ya habrían estado implicados en actividades terroristas en el pasado, concretamente en la conflictiva región de Poonch, cerca de la Línea de Control, la frontera entre la India y Pakistán en el territorio de Jammu y Cachemira, administrado por la India.
Se cree que los presuntos atacantes operaban bajo los alias de Moosa, Yunus y Asif, una táctica utilizada habitualmente por los terroristas para ocultar su identidad.
La policía de la región también ha anunciado una recompensa en metálico de 24.000 dólares por información que conduzca a la "neutralización" de los asaltantes.
Mientras tanto, se ha reforzado la seguridad en toda la región en disputa tras el mortífero atentado.
El ataque, perpetrado el martes en una pradera cerca de la ciudad turística de Pahalgam, fue reivindicado por el Frente de Resistencia (TRF) en un comunicado difundido por medios indios. Este grupo armado es considerado una rama del grupo paquistaní Lashkar-e-Taiba (LeT), organización militante con base en Pakistán que estuvo detrás de los atentados de Bombay en 2008.
Las autoridades locales han instado a la vigilancia y han hecho un llamamiento a la población para que informe de cualquier actividad sospechosa. Las fuerzas de seguridad están llevando a cabo amplias operaciones de búsqueda en los alrededores de Pahalgam y a lo largo de las principales rutas de tránsito.
Este último incidente subraya la persistente amenaza terrorista en la región a pesar de los esfuerzos en curso para la estabilización y la consolidación de la paz.
“Conocemos el patrón. Cada vez que algo así sucede, el cachemir común termina pagando las consecuencias”, dijo a EFE Fayaz Ahmad, maestro de escuela en la ciudad de Anantnag, a la que separan unos treinta kilómetros del lugar donde tuvo lugar el ataque.
"No tenemos nada que ver con armas ni violencia. Solo queremos criar a nuestras familias, enviar a nuestros hijos a la escuela y dormir tranquilos por la noche", agregó este hombre, que desea huir de la tensión que ahora sume la región, con un aumento de la presencia de las fuerzas de seguridad y registros esporádicos a los vecinos.
La Cachemira administrada por la India era una de las regiones más militarizadas en el mundo antes del ataque del pasado martes, debido a la revuelta armada con tintes separatistas que vive desde 1989, que según la India está apoyada por Pakistán.
Pero la muerte de 26 personas, la mayoría de nacionalidad india, en el ataque terrorista del pasado martes en una popular pradera frecuentada por turistas y locales, ha limitado aún más la rutina de los cachemires, que además de un nuevo repunte de violencia, viven preocupados por la posible respuesta del Gobierno indio.
"El miedo no se limita a más ataques, sino también a cómo reaccionará el Estado", afirmó a EFE Bilal Dar, vendedor de fruta en Anantnag.
"Ya hemos visto esto antes. Acorralarán a jóvenes, cortarán internet y nos dejarán a oscuras, tanto literal como metafóricamente", dijo, recordando cómo reprimió Nueva Delhi los conatos de protesta en agosto de 2019, tras revocar el estatus de semiautonomía de la región.
Entonces, la Cachemira india vivió un apagón de internet que duró 18 meses, y un aumento de arrestos contra la población, justificados bajo una draconiana ley antiterrorista.
"Aunque no hayas hecho nada malo, te hacen sentir culpable, como si fueras sospechoso solo por ser cachemir", dijo por su parte Mehjabeen, estudiante universitario.
Cachemira es la región india con un mayor número de musulmanes, constituyendo dos tercios de sus 12,5 millones de habitantes, según datos del último censo, elaborado en 2011.
Además ha sido objeto de una disputa histórica entre la India y Pakistán, desde la independencia de ambos países del Imperio británico en 1947, lo que ha dado pie a varias guerras y conflictos menores.
El último de ellos tuvo lugar en febrero de 2019, cuando un atentado contra un convoy policial en Cachemira se saldó con la muerte de cuatro decenas de agentes, dio lugar a la mayor escalada de tensión hasta esta semana.
El ataque del pasado martes también amenaza con ser un duro golpe para la economía regional, gran dependiente del turismo, puesto que provocó que miles de visitantes huyeran ayer de forma precipitada, obligando a las aerolíneas a ofrecer más vuelos.
Uno de los afectados es Ghulam Nabi, un barquero de shikaras -una embarcación tradicional de Cachemira- en el lago Dal, y que lamentó que el ataque se produjo en plena temporada de turismo.
"Ahora la gente cancelará sus reservas. Apenas nos estábamos recuperando de años de cierres y protestas. Un ataque y todo se derrumba de nuevo", afirmó.
Mientras, la investigación por el ataque sigue en marcha, sin arrestos por el momento, y crecen las voces que exigen no solo justicia, sino también empatía.
“Castigad a los culpables, por supuesto (...) pero no nos castiguen a todos. La mayoría de los cachemires simplemente están cansados. Llevamos décadas cansados”, dijo Ahmad.
Para los cachemires de a pie como él, el fuego cruzado político entre la India y Pakistán resulta demasiado familiar, con la expulsión de diplomáticos paquistaníes y el cierre de la frontera, ordenados ayer por Nueva Delhi, como consecuencias ya habituales de las tensiones entre ambas potencias nucleares.
No obstante, otras medidas como la suspensión del Tratado del Agua del Indo son inéditas.
“Siempre que la India y Pakistán libran sus guerras con palabras o armas, son nuestra tierra y nuestras almas las que sufren”, dijo Ruqaya Jan, una directora de escuela jubilada, que resaltó que Cachemira no debe ser vista como un premio.
"No somos el trofeo ni el tema de conversación de nadie. Somos seres humanos, atrapados en medio de su juego de acusaciones", sentenció.