Llevamos dos malditos años viviendo de perfil, percibiendo a los demás como si fuesen el enemigo, cuidándonos con respecto a dónde y a con quien estar, desinfectando nuestras vidas, abriendo las ventanas de nuestras entretelas y, acostumbrándonos a ello con resignación.
La peste que, en mi opinión, está pegando coletazos de despedida- no sin antes asegurarse un recuerdo imborrable en todas y en cada una de nuestras mentes-, a unos los ha matado, a otros los ha destrozado psicológicamente y, a los que nos hemos librado de esas dos cribas, nos ha arrastrado a otra tan peligrosa como normalizar lo anormal hasta bajar el listón de nuestras expectativas más elementales. De alguna manera, el coronavirus que todavía se afana en obligarnos a navegar al antojo de sus oleajes, ha envejecido a la población. Y lo ha hecho sibilinamente. A lo mayores los acuñó como ancianos, a los de mediana edad como aquellos que debían hacerse mayores para dar ejemplo, a los jóvenes como bombas de relojería con ilusiones anestesiadas y, a los niños, se empeñó en meterlos en burbujas opresoras.
Y, con este panorama, quizás lo menos importante ahora mismo sea pillarse un virus que, en la mayoría de los casos y, gracias a la vacunación masiva, viene a ser más o menos como una gripe. En mi humilde opinión, lo prioritario es recuperarnos como sociedad. Dejar de pensar en el fin del mundo, en las profecías, o en intentar convertir nuestros hogares en refugios. Tenemos que volver a recuperar la ilusión por hacer, por salir y por vivir. Porque la vida es ese espacio de tiempo corto que no respeta edades y que
tiene una fecha de caducidad distinta para cada cual.
Es preciso pensar que nada está acabando, sino que todo está empezando. Es necesario ser conscientes de que tenemos una oportunidad para reconstruir siendo mejores, más sabios y mucho más valientes. Porque, a pesar de la desgracia, las vidas de todos-si sabemos mirarlas con los cristales adecuados-, se han enriquecido. Y en el medio de la pena y de la incertidumbre se han logrado cosas y ha habido importantes crecimientos a nivel social y personal.
Podríamos decir, incluso, que la pandemia ha abierto la caja de los truenos de muchas cabezas para lograr así repararlas. Porque, a veces, es necesario tocar fondo para volver a subir a la superficie con más energía y mucha más fortaleza.
Así que pertenezcan ustedes a cualquiera de las cribas anteriormente mencionadas, no deben olvidar que estamos aquí por algo y para algo… Y que todo está por hacer y todo es posible si recuperamos nuestras ilusiones, nos marcamos otras diferentes, o simplemente nos sanamos de nosotros mismos gracias en parte a la oportunidad que todos hemos tenido de conocernos mejor a nosotros mismos y a aquellos a los que más queremos.
No desfallezcamos y, como decía Pessoa, hagamos de la interrupción un camino nuevo, tengamos claro que todo está siempre comenzando y estemos seguros de que volveremos a tropezar con alguna interferencia antes de terminar nuestras vidas… Pero procuremos ser capaces de volver siempre a nuestra esencia, de no perder nunca la esperanza y de no permitir encasillamientos que nos obliguen a envejecer antes de ser realmente viejos.
*Begoña Peñamaría es diseñadora y escritora