Autononuestras, o quizá no tan nuestras

Lo malo de un jefe de Gobierno con ambición de pisar todas las alfombras es que no puede estar a la vez plenamente atento a lo que se dice, en su presencia, en El Cairo sobre la paz en Oriente Medio, al discurso de la heredera del trono en Oviedo, a lo que no se dice en la semidesierta Carrera de San Jerónimo y, a la vez, angustiadamente pendiente de una reunión que el fugado de Waterloo ha convocado allí con los suyos para decidir qué hacer con la investidura de ese mismo jefe de Gobierno. Y ya para qué hablar de lo que se cuece en la Cámara de las Autonomías, ese Senado que el jueves se veía carente de la presencia de cualquier miembro del Ejecutivo, comenzando, claro, por su presidente, que volaba en esos momentos a Egipto, o a Asturias, o a quién sabe dónde, porque a veces parece que Pedro Sánchez está clonado, de la cantidad de apariciones casi simultáneas que protagoniza.


Pero no, no es un holograma. Es Pedro Sánchez, que obviamente carece de tiempo para reflexionar más o menos profundamente sobre todo lo que está ocurriendo en la vertiginosa transformación de un país tan mágico, para lo bueno y para lo malo, como España y encima en un mundo en inestable mudanza, de Israel a Argentina. Obviamente, no aspiro a que el inquilino de La Moncloa, que donde menos tiempo pasa es en La Moncloa, lea este comentario, claro que no: no tiene tiempo ni para este ni para otros trabajos más ilustres. Y, además, tampoco somos los periodistas quiénes para dar consejos a tan altos señores. Pero sí podemos trasladar a quien corresponda -los lectores siempre en primer lugar_algunas observaciones. Y lo que ha ocurrido esta semana, este jueves en concreto, merece una serena meditación.


El papel de las autonomías en el Estado. Imperfecto, sin duda; necesitado de alguna evolución, incluso de algún toque en la Constitución. Pero es el que tenemos y se hizo presente y ausente, para lo bueno y para lo malo, este pasado jueves cuando el president de la Generalitat acudió a la Cámara Alta para soltar un discurso de nueve minutos y largarse sin atender a lo que otra docena de presidentes de autonomías, todos ellos del Partido Popular por absurda incomparecencia de los tres presidentes socialistas, tenían que decir. Cierto que todos habíamos acudido al Senado impulsados por el morbo de escuchar lo que Pere Aragonés iba a transmitirnos -nada nuevo-- y pocos se quedaron a oír los discursos de los otros. Pero me parece que la proliferación de la palabra ‘igualdad’, que revoloteó en los breves parlamentos de varios ‘barones’ del PP, merece detenerse a considerarla. Porque lo que desde el independentismo catalán se reclama, para dar el ‘sí’ a la investidura de Sánchez, es una profunda inequidad. La unilateralidad en las decisiones que llegan desde la Generalitat, o desde Waterloo, o desde ambas, coordinadas o descoordinadas. Y esa unilateralidad -término no explícitamente pronunciado por Aragonés, cierto afecta tanto a lo político (amnistía, consulta secesionista*) como, sospecho que fundamentalmente, a lo económico. A esa absurda pretensión de que el Estado, o sea el resto de España, abone a Cataluña, o sea a la administración del Govern y adláteres, casi medio billón de euros, que, reclaman las instancias oficiales catalanas, se les adeuda.


Claro, comprendo que las otras Comunidades, sean gobernadas por el PP o por el PSOE, ya que no la gobernada por el PNV -también ausente en el Senado-, levanten una voz indignada. Y que las querellas y  las demandas y los recursos de inconstitucionalidad crezcan.

Autononuestras, o quizá no tan nuestras

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