Uno creía haberlo visto todo cuando le impactaron las imágenes de un tipo vestido de búfalo poniendo las patas encima de la mesa del presidente del Senado norteamericano, o las de un esquiador en la Puerta del Sol con veinte centímetros de nieve. Creí, a mi provecta edad, haber alcanzado las cotas de lo que me podría sorprender. Pero no: la vida nos depara en estos tiempos pasajes locos, que nos ha negado durante décadas de monotonía y previsibilidad.
Y ese, el de la monotonía, no es precisamente el caso hogaño: ahora vemos a un tipo tan increíble como Trump, ex presidente de los Estados Unidos ¡¡y candidato a lo mismo!! comparecer ante un juzgado en Nuerva York acusado de delitos cuando menos, ejem, vergonzantes, que los suyos parecen no solo dispuestos a perdonar, sino hasta a jalear. ¿Disfrutaremos de la imagen de ‘ese’ presidente de los Estados Unidos entrando en prisión?
Claro que, a nivel doméstico, y salvando las distancias éticas y estéticas, aquí no nos quedamos atrás, y conste que ya hemos casi olvidado el espectáculo del nonagenario ex comunista Ramón Tamames presentado como candidato a la presidencia del Gobierno nada menos que por Vox, simpatizantes por cierto (los de Vox, creo que no Tamames) del octogenario Trump, como se sabe.
Hoy me refiero a otro ejemplo, distinto y distante, aunque coincidente en su cualidad de algo esotérico, increíble: ojipláticos nos hemos quedado al ver que una conocida ‘influencer’ casi septuagenaria, o lo que sea lo suyo, ha dado a luz, o lo que sea lo suyo, mediante gestación subrogada, a una niña que no es su hija, o lo que fuere, sino, en realidad, su nieta. O sea, ha parido, o lo que haya sido, una nieta. Y dice, contenta por lo visto con la publicidad lograda, que está dispuesta a repetir a ver si esta vez cae un varón, un nietecito.
La realidad, o, insisto, como se quiera llamar, supera, así, a cualquier virtualidad que pudiese crear la inteligencia artificial, o esa irrupción de fantasías que tanto va a acabar incidiendo, sospechamos, en nuestras vidas. Pero no sé para qué necesitamos la ficción cuando lo fantástico lo tenemos al alcance de la mano. Y permítame que, entre tanta oferta surrealista como nos llega cada día, elija el caso de la madre-no madre-abuela que es, ya digo, influencer, o, repito, lo que sea. Me he resistido a hablar o escribir de ella durante muchos días de polémica en el papel ‘couché’, pero también en columnas muy sesudas (habitualmente), donde se barajaban desde los aspectos legales hasta los éticos, desde los sanitarios hasta los circenses en este ‘affaire’.
Yo me niego a considerar tan trascendentes aspectos, como me niego a tomar en serio el ‘retorno’ político-judicial de alguien como Trump, o la ‘candidatura’, o lo que sea, de Tamames, que al menos anda vendiendo su libro. Son todas cuestiones uncidas por lo estrafalario. Luego, cuando veo algunas actuaciones teatrales del octogenario Miguel Angel Revilla, mi paisano, el más peculiar de los candidatos a las elecciones municipales y autonómicas que nos vienen, tiendo a pensar que el papel que están jugando nuestros mayores en el panorama de actualidad se está quedando un poco, o bastante, en lo patético.
Supongo que, a mi edad, algo superior incluso a la de la ‘influencer’, no seré sospechoso de abogar por una retirada a la jubilación definitiva de todo aquel que haya cumplido los setenta.