Cuando unas elecciones están fijadas para que los votantes ejerzamos nuestro sagrado derecho, comienzan a registrarse comentarios de todo tipo. Los políticos, como buenos alimentadores de las brasas, pretenden acercarlas a su sardina para conseguir el mejor de los productos sin que llegue a quemarse y otorgándoles un sabor más que aceptable en forma de la confianza dada por los votantes.
Estamos ya en tiempo de descuento. En tiempo de eternizar la precampaña electoral que se cerrará con los quince días en los que el voto es la moneda de cambio que ofrecen todos los que se presentan para que de este modo, dicen, el electorado les reconozca sus méritos en los últimos cuatro años.
En plenas fechas carnavalescas los galleos tendremos el tiempo determinado para que entre careta y careta, cocido y cocido, y lacón con grelos, decidir a quién vamos a entregar nuestro voto para que nos defienda en el próximo mandato.
Ahora, cuando la mecánica electoral se pone en marcha, todos ofrecen lo mejor de lo mejor. Luego, cuando tienen en su zurrón nuestro voto para hacer granero, las promesas no se suelen cumplir. Las iniciativas ni se llevan a la práctica. Y los cambios de pareceres sobre los compañeros de viaje se van modificando en beneficio propio y para seguir ocupando los cargos que dirigen los designios de Galicia y les permiten firman en el Diario Oficial.
La convocatoria de las elecciones gallegas me cogió fuera de mi tierra. Estaba a muchos kilómetros de distancia. Sentí una sensación en la lejanía de que el adelanto electoral estaba motivado para conseguir su convocante –Alfonso Rueda– los mejores resultados según los adelantos y vaticinios que se hacen en las encuestas previas que presentan una mayoría absoluta no tan holgada como en las anteriores, pero suficiente para poder seguir gobernando.
En aquella lejanía, con más de 22 grados y sin atisbos del agua que tanto demandan en otras latitudes, comencé a pensar que los comicios del mes de febrero nos pueden deparar cosas totalmente contrapuestas. Que gobierne en solitario el PP. Que se haga un bipartito –BNG y PSOE–. Que se reedite un tripartido como en los años ochenta, aunque por el momento no tengo certeza de cuáles puedan ser las tres fuerzas políticas que lo consigan.
A partir de ahora y después de haber digerido bien las viandas navideñas, los responsables políticos nos irán calentando con esas promesas en las que todo parece maravilloso, pero que no se van a convertir en realidad. Yo lo único que les pido es que se quiten la careta –mucho más en épocas carnavalescas–, y que piensen en lo mal que lo estamos pasando los que diariamente vemos como todo sube, todo se encarece y que pagamos impuestos cada vez más elevados. Son las promesas incumplidas .Y las que se cumplen, totalmente improcedentes, son con cargo a mis aportaciones tributarias para seguir manteniendo los votos de nacionalistas, independentistas, y más raleas que pululan por el mapa político y que pretenden desgarrar trozo a trozo nuestro país.