No existe posibilidad alguna de comprobar cuál de las decisiones que tomamos es la mejor, porque no existe comparación alguna. Lo vivimos todo a la primera y sin preparación previa, parecemos actores representando la obra de nuestra vida sin ensayo posible.
Decía Milan Kundera en La insoportable levedad del ser que «el hombre nunca puede saber qué debe querer, porque vive solo una vida y no tiene modo de compararla con sus vidas precedentes, ni enmendarla en sus vidas posteriores».
Hace unos días murió en París, a los 94 años, el escritor, novelista, ensayista y dramaturgo, eterno candidato al Premio Nobel, Milan Kundera. No hubo, desde Franz Kafka, escritor checo más popular que él. Hacía ya tiempo, no obstante, que el autor de La broma nos había dejado, consciente o no de que ya era de los inmortales. Con él también se había ido una época. Y un mundo.
La memoria, la fragilidad humana, el exilio y el irreverente paso del tiempo eran señas de identidad en su narrativa, tan influenciada por la música que amaba, pero también por la ironía y el humor. Y esa libertad con la que escribía sobre el amor, el sexo, o la traición, quizá precisamente porque había conocido la cara bé de la vida, el otro lado del muro; tal vez porque, como escribió en El arte de la novela, solo se sentía ligado a la desprestigiada herencia de Cervantes.
Durante un tiempo, fue un apátrida, despojado de su nacionalidad por el régimen comunista. Todo se remonta a la Primavera de Praga, en 1968, pero esa es una historia conocida. Se abrazó a Francia y a su lengua, adquirió la nacionalidad francesa junto a su amigo Cortázar, despojado éste de su patria por la dictadura de Videla, y tardó tiempo, mucho tiempo, en reconciliarse con su país.
Decir adiós a kundera es saludar a la joven que llevaba su libro bajo el brazo. ¡Oh, sí! Hubo un tiempo en que no estabas, no eras, no sabías, no palpitabas si no habías leído La insoportable levedad del ser. Hubo un tiempo en el que estaba herida por el amor y el eterno retorno. Kundera era un explorador de vacíos y vértigos, de nostalgias y esperanzas.
¡Oh, sí! Todos tenemos un lugar donde imagino que amamos un poco más la vida. La literatura, por ejemplo. Imagino que en medio mundo andarán reeditándose ejemplares de El libro de la risa y el olvido, El libro de los amores ridículos, La vida está en otra parte, La ignorancia, y tantos más. Dirán, dicen ya, que algunos de sus textos no resisten bien al paso del tiempo. ¡Tonterías! Yo me quedo con La inmortalidad, antes ya escribió La despedida. Releerle. Es lo que haremos. Suya es la cita: “La felicidad es el anhelo por la repetición”.
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