Seguimos en esa revolución. La revuelta tecnológica es imparable, diría inalcanzable, nos sobrepasa. Ya lo ha transformado todo: «nuestra manera de pensar, de producir, de consumir, de comerciar, de gestionar, de comunicar, de vivir, de morir, de hacer la guerra y de hacer el amor». Son palabras de Manuel Castells, quien fuera no hace tanto Ministro de Universidades, fue antes, y hace mucho para mí, profesor universitario y autor de ensayos que leí con atención en mi juventud. He ido a visitar la estantería de libros, siguen ahí, subrayados, trabajados, los tres volúmenes de La era de la información; a su lado, un ejemplar de El cambio cultural en las sociedades industriales avanzadas, de Ronald Inglehart. Me he parado a pensar. En qué tiempo, en qué era, en qué cambio estamos.
Como si de una coincidencia se tratara, a pocos estantes tengo Una Educación, de la autora Tara Westover, que la editorial Lumen publicó con éxito hace un par de años. Es de esos libros que dejan un eco, de los que deben reposarse antes de iniciar otra lectura. Cuando lo leí entonces, no pensé que las memorias de alguien tan joven pudieran cautivarme. Rotundamente:
«Nacida en las montañas de Idaho, Tara Westover ha crecido en armonía con una naturaleza grandiosa y doblegada a las leyes que establece su padre, un mormón fundamentalista convencido de que el final del mundo es inminente. Ni Tara ni sus hermanos van a la escuela o acuden al médico cuando enferman. Todos trabajan con el padre, y su madre es curandera y única partera de la zona. Tara tiene un talento, el canto, y una obsesión, saber».
SOBRE EDUCACIÓN. Me pregunto si Manuel Castells, la excluyó queriendo de su reflexión, porque no pudo olvidarse, no lo creo, de la educación. Comparto con Westover que el ideal de la educación tiene que ver con el hecho de que una persona se transforme, y lo más maravilloso es que el artífice de esa transformación sea uno mismo.
«Yo no sabía qué significaba la educación porque nunca había estado en un aula, pero me gustaba mucho la música. La primera vez que escuché música descubrí que había cosas que nunca podría aprender en la montaña. No creo que sea exagerado afirmar que me he enseñado álgebra a mí misma: lo hice para aprender a cantar. Quiero decir que mi amor por la música me llevó también a aprender muchas cosas».
Me pregunto cómo nos convertimos en las personas que somos. ¿Será con compromiso personal? De la escuela, del colegio, de la Universidad, no se entra y se sale formado sin más. Es una responsabilidad personal, que nos pertenece: leer, conocer, aprender, debatir, dudar, preguntar, indagar, razonar, reflexionar. Que la educación nos brinde la oportunidad de elegir lo que queremos pensar. Que nos libere. Solo así podremos ir sorteando todos esos cambios económicos, tecnológicos, sociopolíticos que se producen veloces, transformándonos. Solo así, comprometidos, podremos sortear esta sensación de vértigo histórico constante.