La fatal identidad del que ama no es otra cosa que ese «yo soy el que espera», escribió Roland Barthes en su imprescindible Fragmentos para un discurso amoroso, como si esperar y amar se convirtieran en sinónimos. Me temo que amo demasiado, porque espero siempre. Una vez más no llego tarde, soy de la familia de los puntuales, pero ya no me acosa la impaciencia, he empezado a desear los intersticios.
La demora tiene formas múltiples. Esperamos: al otro, las vacaciones, los resultados electorales, una oferta laboral, la comida en el restaurante, la cola en el concierto. Esperamos con menos paciencia en la consulta del médico. Aguardamos una llamada, que llegue el sueño y ponga fin al día. Esperamos un tren con retraso, un perdón que no llega, un acuerdo, el otoño. Esperamos la risa, la lluvia, el viento del norte, un golpe de suerte. La llave en la cerradura.
Esperar es un intermedio, un instante en el tiempo en el que cualquier cosa es incierta. Soy fiel a la incertidumbre, es mi manera personal de liberarme de la opresión del tiempo, de desdeñar el miedo. No, no sé si llegarás, si vas a llamar, si me acometerá un vacío. Escribo en cualquier sitio, mientras espero.
Espera un gobierno en funciones, aguarda un prófugo. No espero.
Espero a la hora azul para salir con mi cámara a fotografiar que se acerque la noche. La noche y el sueño son otra forma de espera. Un descuido, una puerta abierta, una grieta en el tiempo. A veces duele. Mi cuerpo, bajo la presión del retraso, de la dilación, se contractura y protesta.
La escritora alemana Andrea Köler cuenta, en El tiempo regalado, que es desde tiempos de Goethe que uno espera «anhelante», “impaciente» y «con dolor”. Mucho antes, esperar, ‘Warten’ en alemán, significó ‘mirar a algún lugar, dirigir la atención hacia algo, atender, cuidar, guardar, perseverar’ Persevero, que el poeta permanece sentado, aguardo palabras.
Espero una carta. Espero que se resuelvan las cosas. Espero de esperanza. Abro espacios en mi tiempo. Si se produce un hueco lo ocupo. O no. El tiempo también pasó por la Revolución Industrial: es medible, es productivo.
“Espere, por favor”. Y me dirijo a la sala de espera donde escribo esta columna asomada a la hendidura de mi día organizado. Como si elaborara una lista, en la quiebra de mi tiempo, me recreo: parada, estancia, dilación, demora, retraso, esperanza, perspectiva, posibilidad, aplazamiento, prórroga, resistencia, permanecer, quedarse. Aguantar.
“Puedo pensar durante un ratito; después, otra vez el mundo”, escribió Mary Oliver.
Y así. Esperando.