El desistimiento de la diplomacia ante la posibilidad de una guerra a escala mundial, es flagrante. Con tal motivo, es frecuente oír a determinados mandatarios mundiales comenzar a deslizar consignas armamentísticas encaminadas a esa horrible eventualidad.
Los motivos son múltiples, pero, a mi juicio, el principal es el constante deterioro de los liderazgos intelectuales dentro de los gobiernos. Populistas, en el mayor de los casos, y pilotados por personas que, incapaces de solucionar los problemas internos de forma eficaz, los van parcheando con políticas encaminadas a sostenerse en el poder y no a ejercer sus mandatos, creando un universo de falsas promesas de justicia social que crean justificadas expectativas entre los administrados, los cuales no tardan en verlas frustradas porque no son, como digo, políticas eficaces y capaces como tal de dar respuesta a sus verdaderos problemas. Muy al contrario, los dejan pudrir, parchean o esconden, tensionando a su vez a los ciudadanos, enfrentándolos y llenándolos de rabia y, en su caso, odio, que termina por corromper toda esperanza de alcanzar sistemas de progreso, pacíficos, justos, solidarios y sostenibles.
Argucias demagógicas que animan a muchos líderes mundiales a concebir la idea de que lo más cabal y definitivo es una sangría social de ese calado que sea capaz de esconder sus tropelías, para atarnos a la esperanza de un mundo gobernado por el fantasma de la posguerra.