Fernando Rivera, en Xerión

La galería Xerión ofrece una muestra de Fernando Rivera Frade (A Coruña, 1941) que estudió en la Escuela de Artes Aplicadas de nuestra ciudad, donde recibió clases de los insignes profesores y artistas José Luis Rodríguez y Mariano García Patiño; inicia su andadura plástica en la década del 80 y, desde entonces, ha realizado una veintena de exposiciones. La obra que presenta actualmente lleva el sugerente título de “ Son do mar”, una hermosa sinestesia con la que de alguna manera quiere traducir que las vastedades marinas que representa, además del embeleso visual, están llenas de ecos, de rumores y de música de olas y de cantarinas ráfagas de lejanía. Con envolventes y evanescentes luces, en las que predominan las tonalidades gris azuladas, nos devuelve una poética y delicada visión de ese mar nuestro que, a veces, se remansa en las rías, en los embarcaderos y en los puertos o en la orilla de las playas, como en el cuadro que titula “Barrañán”; otras veces, se pierde en lejanías que abren horizontes del más allá. También están presentes las envolventes nieblas desdibujando contornos o creando una sutil e impalpable atmósfera, como en el hermoso cuadro “Néboa no silencio”, en cuyo centro se yergue la blanca vela de una pequeña barca que se dijera atrapada en el embrujo de una calma sobrecogedora.. Fernando Rivera demuestra tener el alma de un poeta que hace del mar una metáfora por la que sus pinceladas se deslizan en acordes cromáticos y delicadas entonaciones preferentemente de azules, grises o violáceos; aunque hay alguna obra, como “Mirando o mar” en la que la inmensa planicie gris del agua aparece en contrapunto complementario con la terrosa orilla y la claridad color crema de las viajeras nubes. Lo que demuestra en todo momento es su innato sentido del matiz y de la perfecta entonación, tanto si trabaja sólo con las gamas frías, como si busca los contrastes con las gamas cálidas. Esto queda reflejado  de un modo perfecto en los cuadros “Bosque verde” 1 y 2 , donde los enhiestos troncos grises de los árboles aparecen arropados por una espesa fronda color crema, teniendo ambos tonos el mismo grado de saturación. Es este dominio de las gamas y de los matices tonales lo que hace a un pintor. Si, además, sabe abrir su mirada hacia el espacio que le rodea y se deja encantar por los ensueños que transmiten unas barcas varadas, como en “Soños siameses”; por horizontes inalcanzables como en “Torre de Hércules”, por los cantos de sirena  de las agitadas olas como en “Onda” o en “Escuma”, o por las luminarias de anheladas lejanías como en  “Albor”, es que estamos ante un ser con alma de artista, alguien que vibra con la belleza, que sabe captar la aérea música de las esferas y sumergirse en los húmedos e inquietos cánticos inspiradores, de los que ha salido este su “Son do mar”. Como ha dicho de él, el catedrático y magnífico pintor José L. Martínez:”...se trata de una obra reposada, contenida y expresiva sobre la que planea constantemente un aura de ensoñación.”

Fernando Rivera, en Xerión

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