Aún nos sonroja el examen de la Comisión de Venecia -burocrático ser que brinda asesoramiento jurídico a los estados en vías de desarrollo democrático- cuando nos amenazan con la misma medicina, y no por una cuestión “amnistiosa” e insidiosa en materia de igualdades y derechos, sino por la otra pata de esa razón, la corrupción. Y no en el cuerpo político y empresarial, como viene siendo habitual, sino en el nervio sano de esta sociedad, allí donde esta se explaya, bota y rebota sin daños a terceros. Hablo del fútbol, donde uno puede ser obtuso por cuenta propia y en la medida que le venga en gana, merced a ser socio o forofo del club de su vida.
Sí, ahí mismo, en ese ente que camina parejo a esa otra institución que da sentido a nuestra vida, la familia. Y lo hacen poniendo en tela de juicio ese noble deporte, que nos ennoblece e iguala en la desigualdad, lejos de los gloriosos campos de batalla y exterminio, donde este forja la leyenda a expensas de la competición, sino en su “manicomio” administrativo, la Real Federación. Intervención que, para mayor escarnio, solo sufren aquellos países en vías de acceso a la civilidad democrática.
Informe PISA, Comisión de Venecia, la FIFA, todos en el empeño de llevarnos por la senda de la honradez democrática.
Lo cierto es que no sé si, o no entendemos nada, o entendemos tanto y de todo que todos podemos ser jugadores, entrenadores, presidentes de federaciones e incluso naciones.