La guerra que nos queda

Lamentablemente, la madrugada del jueves todos los presagios y augurios cobraron forma de guerra y Rusia decidió atacar a Ucrania en lo que, a mi juicio, supone el comienzo histórico de la tercera guerra mundial.


Atrás quedaron horas de negociaciones, de mentiras y de engaños, para dar paso a una nueva exterminación humana fundamentada en el deseo de ciertos hombres por tener un mayor poder por medio del control, no solamente de sus recursos, sino también de los de los demás.


Y, es que ya se sabe eso de que cuanto más tiene alguien, más quiere tener. Y, entre anhelo y anhelo por el más y más, el hombre pierde su esencia, olvida de dónde viene y, sobre todo, hacia dónde va.


La guerra acaba de empezar para dejar un reguero de vidas lejanas por el camino y un sinfín de consecuencias mucho más cercanas que, a buen seguro, nos harán desear que nunca hubiese comenzado. Porque ante un conflicto bélico, nos guste o no, acabamos perdiendo todos.


Desde aquí me solidarizo con todos los habitantes de Ucrania y también con aquellos que, desde el exilio, observan con impotencia cómo se destruye su tierra y cómo peligran las vidas de aquellos seres más queridos que no lograron marcharse a tiempo.


Lamento que el mundo vaya de peste en conflicto y que no podamos hacer mucho más que obedecer las órdenes que nos dan unos mandatarios que, para llegar a serlo y a diferencia con lo que sucede con otros oficios mucho más sencillos, no tuvieron que someterse a ningún examen de capacitación.


Y es que a los niños suelen gustarles los tanques, jugar a las guerras y visualizar películas de acción… Pero desde el sofá de su casa y al abrigo de su calefacción. Sabiendo, o mejor dicho creyendo, que una vez que el film acabe retomaran el control de sus vidas tras esa especie de ensoñación.


Es indudable que hay que ayudar al atacado y que es necesario tomar partido por este, pero también es preciso recordar que cualquier guerra deja una huella imborrable, ya no solo en el mapa físico, sino también en el de las almas de aquellos seres humanos que la vivieron más de cerca, así como en las entendederas de aquellos otros cuyo nivel de empatía nos obliga a pensar antes en esas personas que en el conflicto originado por una pelea de gallos que juegan a los dados con la suerte de otros.


La guerra que empieza es el inicio de la que nos queda, de la que no se sabe cómo ni cuándo acabará, de sus consecuencias, de las pérdidas de toda índole, del miedo y de la preocupación por un mundo que nos empeñamos en partir en pedazos por no ser capaces de llegar a acuerdos y, mucho menos, de respetarnos los unos a los otros.


*Begoña Peñamaría es diseñadora y escritora

La guerra que nos queda

Te puede interesar