De mal de amores o de mil amores. Los hay perros, amores, de estío y de hastío. Amor eterno y efímero, a primera vista. Hay amores esquivos. El primer amor, el último. A distancia y a prueba. Los hay prohibidos, sacros. De un tiempo a esta parte lo hay en línea. Amor a quemarropa, infinito, imposible. Amores idiotas. A prueba. Amores fatuos, fraternales. Amor de juventud, bravo, gitano, rebelde. Amor mío, amor no correspondido. Amor que vienes cantando y te vas llorando. Amores únicos, amores tóxicos, opacos, ocultos. Unilateral, verdadero. Amor de mi vida.
Amor de madre: se dice del amor que se te enreda en el corazón con la fuerza de un árbol baobab. El único que es prestado, un regalo. Un amor incondicional, completo, absoluto, ilimitado, categórico, definitivo, terminante, tajante.
Hay algo que jamás nos igualará a nuestros compañeros, porque para ello somos dichosamente únicas: la maternidad. Se nos rompe el cuerpo para dar a luz y somos tan generosas que de inmediato entregamos a nuestros hijos a una vida que no nos pertenece. Se nos ensancha para siempre el corazón. Nuestro cuerpo alimenta la tierra. De la maternidad, escribe hoy la literatura como nunca antes: de todos los matices que hay en una mujer, de los hijos pródigos, de los que no lo son, de madres que cumplen o se saltan las reglas, de las que luchan incombustibles y también de las que abandonan. Como si se hubiese producido un esfuerzo narrativo de los autores por aproximarse a la madre, redescubriendo a la mujer, sin sacralizarla, resignificando el apego y el desapego materno.
La relación con la madre, es la relación con el lenguaje. Por eso me sobrecoge la lectura que he hecho de El corazón del daño, un libro de María Negroni, poeta, escritora y ensayista argentina de culto, tan bello, doloroso, herida abierta; allí donde la autora narra, con profundo lirismo, la ausencia emocional de la madre durante la niñez. El corazón del daño es una despedida, un ensayo sobre el amor y el odio materno filial, pues «el odio es un amor herido».
El lenguaje es también consecuencia de una pérdida y la literatura tiene la rotunda necesidad de llenar huecos, vacíos, como si la propia vida no fuera suficiente. Dice Negroni que no hay palabra sin luto, no hay escritura sin pérdida, que escribimos y hablamos porque hemos perdido cosas.
Armamos y desarmamos la palabra madre con facilidad, nos atraviesa la vida, de principio a fin. Una madre es una isla, de una isla solo quieres, puedes marcharte, y desear volver. Las madres también se pierden. Después, el naufragio. El silencio. Dijo María Zambrano que escribir es defender el silencio en que se está.