El infante soberbio

Para hablarle a una bestia, un niño: el único ser al que el animal es capaz de consentirle, en lo melodioso de su voz, toda crudeza. Nuestra sociedad necesita esa simpleza en la idea, esa inocencia en la maldad, esa maldad nacida de la inocencia; de otro modo seremos incapaces de salir de este marasmo sociopolítico e intelectual que nos hipnotiza. Una sociología fundada en la paulatina y constante idiotización de la sociedad, con un solo fin, que actuemos de acuerdo con un ideario en el que demos por bueno el peor de los movimientos sociopolíticos, el personalismo, ese ser que arrastra el baldón de todas las filias y fobias que le caben a un mal gobernante.


España se desliza en esta deriva a pasos agigantados de la mano del actual presidente en compañía del más rancio nacionalismo. Ellos son quienes, a la postre, manejan el timón de este barco que navega por ellos y para ellos, causando un daño irreparable a la solidaridad y la concordia democrática.


Pero estas cosas no se pueden decir sin ser tachado de facha, por eso necesitamos dar paso a ese niño capaz de la sana ingenuidad de hablarle a la bestia, antes de que nos trague, para peor, abotargados de tragar sapos y pronunciar loas en favor de ese líder en el que arde la ferviente llama del clientelismo.
Un niño, digo, que en su inocencia intuya que no estamos hablando de izquierdas o derechas, sino de decencia, honestidad, dignidad, sociedad civil y supervivencia; democracia.

El infante soberbio

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