1 bolsa, 3 vidas y la política

De vez en cuando me gusta leer algún libro de historia. Siempre he pensado que los historiadores son como los periodistas pero con cierto retraso (sin ánimo de ofender), vamos, que tienen más tiempo. Así que los considero una especie de colegas con similar afán por la verdad, la neutralidad y la soñada objetividad. El escribano más libre de sesgos que uno pueda imaginar. Es decir, que lo intenta honestamente, consciente no solo de que no lo va a conseguir sino también de que algunos sesgos ni siquiera sabe que los tiene. Por eso leo historia con la misma sana cautela que los periódicos. No digamos ya las redes sociales, por favor. Y hoy, Día das Letras Galegas, pienso en los que proponen candidatos para su honra, los que escriben biografías para su justificación y los que, sin haberlas leído jamás, ojean a última hora sus obras, sin tiempo ni afán para la crítica no siendo que les acusen de ir contra la lengua, contra la patria y quién sabe cuántas cosas sagradas más.


Se dedica el año y un día a una persona que escribió en gallego, algo siempre digno de encomio, y que además lo escrito rebosa calidad, aspecto aún más encomiable. Pero su elección siempre es complicada. Se supone que su historia personal, ideología, comportamiento legal, íntimo, deportivo o gastronómico carecen de importancia. Y que lo único que debería valorarse es su obra. ¿Incluso traducida? Bueno, quizá para algunos eso quitaría parte del sentido a la celebración. ¿Y si hubiera escrito algo racista o sexista? Entonces habría escándalo y exigencia de cancelación. ¿Y si hubiera expresado posturas de derecha españolista? Quizá los de izquierda nacionalista no estarían muy de acuerdo. ¿Y si fuera un extremista, partidario de la “lucha armada”, antiabortista, ateo, ultracatólico o contrario a naciones y Estados? Ya veríamos, porque lo esencial es que supere la censura de lo “correcto”, del “mainstream”, del poder político o cultural de turno, que no tienen por qué coincidir.


En absoluto me refiero ni a la actual homenajeada ni a los anteriores. Esta reflexión estrictamente surge de la lectura de periódicos y libros de historia, donde uno comprueba que, a lo largo de los siglos, las odas, elegías, glosas y demás zarandajas elogiosas para erigir monumentos o celebrar homenajes responden por encima de cualquier otra consideración al interés particular de individuos o grupos con más capacidad para imponer criterios que para discernir méritos. Sobre todo si se trata de utilizar muertos. Porque si al menos están vivos, los elegidos reciben el beneficio con exposición pública, para su aplauso o su abucheo si se vive en libertad. Así ocurre con los grandes premios literarios. Y con el Planeta, por ejemplo.


Hoy se festejan las Letras Gallegas. Habría que leerlas más. Me atrevería a decir que en cualquier idioma. Para que los que no entiendan gallego puedan disfrutar las historias que aquí se escriben. Principalmente si además son historias de aquí. Que no es lo mismo, pero es igual. Una lengua es un tesoro. Pero también lo es aquello que expresa, los hechos y las emociones.


Si no lo contamos nosotros, se olvidará o, casi peor, lo contarán otros por nosotros. Cuando lees un libro sobre Galicia escrito sin el sesgo gallego (que también es sesgo), con el sesgo de otro lugar o incluso con el sesgo del lejano que se pasa tres pueblos queriendo aparentar ser cercano, resulta una experiencia extraña. Buscas los errores y casi siempre los encuentras. Así que en algún momento tendríamos que decidir si en días como hoy lo importante es la persona ensalzada, el idioma empleado, el contenido de su obra concreta o todo aquello que se escribe desde Galicia para Galicia y para todo el mundo, incluso por los que aún están vivos. 

1 bolsa, 3 vidas y la política

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