Una ley antimonopolio para las redes “antisociales”

Imagine que usted tiene un moderno tablón de anuncios donde todo el mundo puede publicar lo que quiera. Es aparentemente sencillo, pero detrás esconde una potentísima tecnología que hace más o menos visibles los mensajes. Prioriza los que enganchan más al usuario. Primero, porque son de sus amigos. Después, los mensajes que le interesen según su historial de uso. Y, por último, aquellos mensajes que alimenten sus emociones más básicas y adictivas. Entretanto, en ese tablón aparecerán otros mensajes, en esta ocasión pagados, lo que generará un estratosférico volumen de negocio. Como en algún momento surgirán los contenidos problemáticos, usted, como propietario del tablón, aceptará a regañadientes gastarse una pequeña cantidad en la moderación, en la verificación y en la retirada de basura, violencia, amenazas, injurias, etc.


Pero en esto, gracias entre otras cosas a la basura que no se ha filtrado en su tablón, llega al poder un sujeto que reivindica la libertad de expresión para acabar con cualquier tipo de filtro. Y a usted eso le viene muy bien. Primero porque se ahorra una pasta en nóminas y, segundo, porque se gana el favor del nuevo poderoso que adora la libertad siempre que él la pueda controlar.


La del tablón no es una metáfora demasiado original de las redes “antisociales”. En este caso de las de Meta o X. Sus propietarios, Zuckerberg y Elon Musk, retiran verificadores y así renuncian a la responsabilidad que todo propietario de medio de comunicación tiene (la del editor o director) porque ellos se presentan como un simple tablón donde expresarse libremente, como si no manejaran esa tecnología oculta que manipula la visibilidad y viralidad de los contenidos. Una tecnología con ideología que, no se equivoque nadie, carece de base política, solo es la ideología de su propio beneficio empresarial y personal. Todo lo demás no importa en absoluto. Si fuéramos los dueños de ese tablón de anuncios y hubiéramos crecido como Facebook, Instagram o X, quizá haríamos lo mismo. Pero no somos los dueños. Somos los ratoncillos de su jaula.


Uno puede pensar que, en el fondo, es una buena noticia que se desenmascaren y digan claramente que les importa un pimiento la veracidad en sus redes. Los medios periodísticos quedan así como los únicos preocupados por la credibilidad. Pero los periodistas seleccionan la información, la contrastan, la ordenan, la jerarquizan, la interpretan… Y resulta que ahora hay quien cree que eso sí es manipulación, no como las redes, que consideran imparciales y libres, un simple tablón donde, en realidad, la manipulación es muchísimo más brutal y peligrosa por su invisibilidad.


Claro que la indefensión del usuario se sostiene en su adicción al entretenimiento, al narcisismo, al cotilleo, a la confirmación y exageración de las ideas propias, a sentirse aplaudido por los demás o al mismo negocio, qué caray, que facilita la red. Por eso han tenido éxito las redes. Por eso tienen tanto poder. Por eso sus dueños se permiten decirle a los gobiernos, especialmente los democráticos, qué es lo que tienen que hacer.


Algunos políticos están empezando a molestarse. En Alemania, Gran Bretaña, Brasil, Canadá, Francia, España… Hasta en Bruselas. Curiosamente más molestos por declaraciones de Elon Musk que por sus algoritmos o, lo que es mucho peor, por su concentración de poder. Pues, si se molestan, que intervengan con la ley democrática en la mano. Una ley antimonopolio estaría más que justificada. No es el momento en Estados Unidos, pero, en Europa, hacer con las redes lo que se hizo con la AT&T en 1982, su desmembramiento en siete compañías, empieza a ser urgente. Mucho más aún si tenemos en cuenta la Inteligencia Artificial. Porque, me temo, la Aesia no será suficiente.

Una ley antimonopolio para las redes “antisociales”

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