Sumar propone un cambio en el sistema de acceso a la carrera judicial que, al margen de trincheras políticas, debería al menos hacernos reflexionar. Es cierto que, si usted no cuenta con unos padres que le mantengan mientras prepara oposiciones, tendrá pocas posibilidades de superar esas anticuadas pruebas de memoria y velocidad oral que los aspirantes denominan “cantar”. Pero en realidad lo más grave no reside en el clasismo del modelo, si no en su falta de idoneidad para elegir a los mejores, a los más aptos para ser juez o fiscal.
Porque los “chapones” no son los “mejores”. En general lo sabe todo el mundo y en concreto lo sabemos quiénes nos dedicamos a enseñar. Un “empollón” demuestra capacidad de trabajo y concentración, pero a veces oculta cuadros psicológicos inquietantes, muy poco adecuados para unas profesiones que precisan cualidades intelectuales, sociales y humanas complejas. Lo vemos en los jueces estrella, en los mediáticos, en los politizados, en los que andan sin tocar el suelo, en los soberbios, en los ininteligibles… Hay quien divide al prójimo entre los sistémicos y los empáticos. Un buen juez debería ser las dos cosas en un altísimo nivel. Hoy son todos sistémicos. Los empáticos, una simple y afortunada casualidad.
La parálisis del Consejo General del Poder Judicial, que supone una guerra política por los puestos de los más altos tribunales, empaña la visión global de un sistema que responde a tradiciones, privilegios y parcelas de poder difícilmente justificables en el siglo XXI. Por supuesto que la lucha por el Supremo es importante. Pero también lo es la insondable existencia de los actuales jueces sustitutos, la posibilidad de ser juez a una edad excesivamente temprana o la de ascender de forma vitalicia a base de ayudas partidistas.
En algunos países se requiere un doctorado; en otros, varios años de ejercicio previo como abogado y en casi todos se puede llegar a ser juez mediante nombramiento por un poder del Estado, ganando un concurso oposición o siendo elegido en las urnas o por un acuerdo político. Seguramente el camino que más encaja en nuestra cultura es el de la oposición, pero la duda está en el diseño de la prueba, en las cualidades que se exigen y en el momento de la formación, anterior o posterior.
Como es lógico, un juez debe dominar leyes y procedimientos, pero también estar sobrado de empatía, lógica, pensamiento crítico y habilidades de comunicación oral y escrita que en absoluto se demuestran “cantando temas”.
La propuesta de Sumar parte de primar los mejores expedientes tanto del Grado en Derecho como de un posterior máster habilitante de dos años de duración. Y plantea la oposición, sin entrar a describirla, después de la escuela, no antes, como ahora. Detalles al margen, ese es el principal cambio, además de la inclusión de práctica tuteladas como el sistema MIR y, como los médicos residentes, ellos serían jueces adjuntos.
Sumar no entra en cómo sería la nueva oposición, pero la proposición de ley ofrece una garantía de la que hasta ahora carece el sistema actual: la siempre tan valorada “evaluación continua” de los candidatos durante seis años por todos los formadores participantes, desde los 18 hasta como mínimo los 24 años. En realidad, poco me parece. Y eso sin entrar en la eterna sospecha sobre la homogeneidad de los expedientes universitarios de públicas y privadas.
La coalición de izquierdas sazona su iniciativa con algo de populismo y críticas a los actuales jueces preparadores, así que algunas asociaciones judiciales y medios periodísticos rechazan el modelo. Muchos opositores actuales, también. Quizá tengan razones para hacerlo, pero, desde luego, no se me ocurre ninguna para defender el sistema actual.