Es el momento de la travesía

Escribo esta columna muy cerquita del final, muy cerquita del principio. Prometí regresar a estas páginas pasado Reyes, pero quería felicitarte el Año Nuevo de la única forma que sé: te escribo.


Escribo en un reclamo de soledad, acurrucada en las palabras, en un rinconcito de la casita, arreglando la despedida, disponiendo la bienvenida. Me preparo, como si no supiera que lo que está por venir lo voy a vivir todo a la primera y sin habilitación previa. Lo decía Milan Kundera, en la Insoportable levedad del ser: «El hombre nunca puede saber qué debe querer, porque vive solo una vida y no tiene modo de compararla con sus vidas precedentes, ni enmendarla en sus vidas posteriores».


Con todo, estoy como tú, vestida de una esperanza delirante: ya me he cortado el pelo, me he apuntado a yoga, he cambiado mi dieta, he dicho todos los noes necesarios, todos los síes apetecidos. Lo que me gusta de este justo momento es esa suerte de corriente subterránea que nos atraviesa a todos en todas partes del mundo. Sabemos que el rencor se aplacará o se expandirá, que el amor terminará o se reforzará, que la pérdida se superará, que la confianza perderá o de lo contrario ganará. Y seguiremos. Apresurados.


Defiendo la lentitud. Ésa que se para en los detalles, la que está llena de matices sensoriales. Paseé la playa esta mañana, fotografié a mi familia a contraluz. Mientras oprimía el disparador pensaba en que voy a tener que seguir buscando un manual de instrucciones para mirar desde el lado opuesto de la luz, pero me apropié con fuerza del paseo recordando un proverbio: entrega tu rostro al sol y las sombras caerán detrás de ti.


Termino el año leyendo El reflejo de las palabras, del escritor iraní Kader Abdolah. Nunca me obsesiona vestir de rojo para despedir las estaciones pasadas, pero me detengo curiosa en la última lectura que me acompaña, en la primera que me invita. Me quedo un rato aquí: «Pasa, todo pasa. El reino persa ya no existe». Anoto en mi libreta que he leído esta novela espléndida de lazos inquebrantables entre un padre y su hijo, con la historia de Irán de fondo. Apunto que la he terminado viajando, dejando atrás a la bellísima ciudad de Oporto, celebrando un amor. Escribo la cita que me traje de Pessoa para empezar de nuevo: «Llega un momento en que es necesario abandonar las ropas usadas que ya no tienen la forma de nuestro cuerpo y olvidar los caminos que nos llevan siempre a los mismos lugares. Es el momento de la travesía. Y si no osamos emprenderla, nos habremos quedado para siempre al margen de nosotros mismos».


Feliz año. ¡Adelante! 

Es el momento de la travesía

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