Como dice el refrán, cada uno habla de la feria según le va en ella. Así que permítanme hablar de mi experiencia personal en relación a Muface, aun sabiendo que esto, más que una columna de opinión, puede tener ribetes de carta al director. Pero creo que, viendo los datos y los comentarios que se han vertido estas semanas en relación a esta mutua de funcionarios, mi caso no debe ser especialmente raro.
Después de 20 años en la empresa privada y, por tanto, cotizando a la Seguridad Social, gané una plaza de profesor en la universidad. Hasta entonces mi conocimiento sobre Muface era estrictamente periodístico y lo que me podía haber comentado algún familiar. Cuando se me explicó mi baja como cotizante en la Seguridad Social y el beneficio de poder elegir entre asistencia sanitaria privada o pública, me pareció una buena idea ahorrarme el seguro médico con el que desde hacía años complementaba la cobertura pública. Pagaba un seguro básicamente por el fisioterapeuta, el dentista y el oculista, porque hasta ese momento apenas había tenido problemas de salud.
Pero ocho años después tuve una lesión medular en un accidente de bicicleta. Por fortuna, recuperable. En la aseguradora me recomendaron que me pasase al sistema público, que fue quien me atendió en el lugar del accidente y en los primeros meses de hospital, entiendo que facturando a la aseguradora. El tratamiento de una lesión de estas características le salía muy caro y, si no me cambiaba, me trasladarían a un hospital de Toledo donde tenían convenio, imagino que con un precio inferior a la factura del Sergas.
Ya en los años anteriores había ido yo notando que el fisio, el dentista y el oculista me daban cita cada vez con más retraso cuando mencionaba que era de una aseguradora, y peor aún si decía que era de Muface. Después, poco a poco, se iban dando de baja. Un buen día te comentaban que ya no trabajaban para la entidad, porque les pagaban una miseria por consulta. Si, por fidelidad al especialista, seguías con ellos a tarifa privada, la agilidad de la cita e incluso la duración de la sesión mejoraban.
Entretanto, familiares con más años que pagaban religiosamente su cuota a la aseguradora veían como se incrementaban los precios a medida que envejecían. Algunos pagaban tanto como el alquiler de un piso. Cierto que usaban más sus servicios pero entiendo que, como yo, cuando eran jóvenes apenas los utilizaban. Así durante décadas.
Los actuales mutualistas tienen una edad media de 58 años. Los achaques se mutiplican y las aseguradoras hacen números con un Estado, mejor dicho, con un Gobierno, que por un lado considera Muface una privilegio franquista y por otro un maná para la medicina privada. La izquierda más ortodoxa no está dispuesta a ninguna de las dos cosas. Y muchos ciudadanos lo aplaudirán porque no consideran justo que los funcionarios tengan esos privilegios (nadie considera justos los privilegios de los demás). Puede que sean los mismos que aplaudan los colegios o los hospitales concertados, por ejemplo. No importa. Además, a las aseguradoras no les compensa aunque sigan pagando miserias a los facultativos. En resumen, la alineación planetaria apunta a la desaparición del modelo, desde la derecha y desde la izquierda.
Vuelvo a mi caso personal. Como miles de funcionarios, al final me quedé en la sanidad pública. Mi cotización a Muface revierte en las arcas del Sergas por principios pero también por no darle negocio a unas aseguradoras que explotan a los profesionales sanitarios y no están dispuestos a atender pacientes demasiado caros. Quieren clientes sanos y jóvenes. A veces uno se pregunta si el privilegio más insultante no será la misma existencia de la medicina privada o, peor aún, los buitres comisionistas de la salud.