Con cierta desgana me pongo al teclado para intentar hilar un discurso seguramente descorazonador, pero la realidad es la que es y tampoco quiero jugar a ser avestruz en un mundo que se autodestruye sin piedad ni propósito de enmienda. Hace unos meses, mucho antes de que estallase la invasión rusa sobre Ucrania, vi unas imágenes que hoy puedo decir que comprendo su dimensión, es probable que muchos de ustedes las hayan visto también.
Era Putin que, entre risas, se refería a la posibilidad de que Europa abandonara sus compras de gas y petróleo a Rusia y el genocida se preguntaba: ¿y como se van a calentar, con leña?
Y, con su mirada felina, continuaba con sus risotadas. Sin embargo, hemos de reconocer que sabía lo que decía, que más allá de su armamento nuclear tenía una baza cuya onda expansiva iba más lejos que una explosión incendiaria y destructiva: Putin sabe que tiene la economía de Europa en sus manos y que Alemania no puede prescindir del gas ruso porque eso supondría el caos económico de la primera potencia europea. Si Europa sigue comprando gas y petróleo a Rusia está financiando directamente la guerra del criminal. Se cuantifica en cientos de millones de dólares al día los que Rusia recibe de Europa como pago a sus exportaciones de gas, carbón y petróleo, dinero que se traduce de inmediato en refuerzos para las matanzas del ejército ruso en suelo ucraniano.
Después vienen las lágrimas y los lamentos las imágenes increíbles de Bucha, Mariúpol o Járkov, los cantos a la solidaridad y el apoyo moral que les regalamos a los masacrados, palabras vacías desde el momento que a los invasores les llenamos los bolsillos de dólares para alargar sus tropelías. Zelenski es aplaudido en sus intervenciones en todos los parlamentos del mundo y ha borrado su pasado de humorista para ser reconocido como un gran presidente de un país en destrucción, él nos recuerda guerras pasadas y a otros genocidas del pasado para hacernos entender lo que su pueblo está sufriendo.
Biden, desde muy lejos, encendió una mecha que acabó como acabó, el amago de incorporar a Ucrania a la OTAN quizá fue un farol, un atrevimiento mal medido cuando enfrente hay un personaje como Putin y, sobre todo, cuando el mundo no tiene respuestas para un enemigo poco cuerdo y absolutamente endiosado.
Ahora Europa juega tomar medidas tímidas y acomodadas, con efectividad reducida y cumpliendo todos los requisitos a los que obligan los estados de derecho. Es como si dos boxeadores suben a un cuadrilátero para pelear, uno cumpliendo las normas del reglamento que escribió Jack Broughton y el otro con una navaja en la mano, es un combate desigual, desequilibrado y muy difícil de ganar para quien sí cumple las normas.
Todo lo que no sea cortar radicalmente los ingresos de Rusia es dar respuestas hipócritas, falsas, inoperantes e ineficaces al problema real que sufre Ucrania y digo Ucrania, hoy, porque mañana puede ser otro país, otro territorio y otro pueblo el que se vea invadido.
Ucrania está aquí al lado, pero parece que necesitamos que las desgracias se acerquen un poco más para que las queramos ver. El mundo no puede con Putin, la impotencia se quedará para siempre entre nosotros.