Le pregunté si había amor después del amor. Me contestó que sí, que por supuesto, que el amor permanece después en el recuerdo, que allí habita, que es entonces cuando se vuelve perdurable. Infinito. Lee conmigo, y en esta columna lo llamaré «Señor E». Desconozco su lugar de nacimiento, desconozco si su infancia y juventud transcurrieron en el mismo lugar, si regresó, si piensa hacerlo, si jamás la abandonó y su vida entera hasta el final de sus días discurre allí. Aquí.
No nos presentó cualquiera, lo hizo Antonio Tabucchi. Mientras sostenía Pereira, mientras yo subrayaba «Sintió una gran nostalgia de una vida pasada y de una vida futura», mientras él se quedaba en que «Nosotros no hacemos la crónica, nosotros vivimos la historia». Entonces, ya intuí que, de los dos, la única que estaba allí para aprender era yo. El «Señor E» me había comunicado su intención de llenar su tiempo vacío tras más de ocho décadas ejercitando la vida. Quizá ahora podía leer, emprender un viaje, vivir otras vidas, revivir la propia. Tenía dudas, no sabía si podría quedarse, ni por cuánto tiempo, si sería capaz. ¿Capaz de leer a Houellebecq? ¿A Foenkinos? ¿A Kerouac? Le costó leer a Karl Stefannson, pero también lo hizo. A nuestras lecturas las mueve el azar, pero nos abren siempre una puerta de acceso, tienden un puente hacia el conocimiento.
A veces le hablo de la forma, del estilo, me atiende cuando señalo la voz narrativa, o cómo ondulan los tiempos hacia delante, hacia detrás. El «Señor E» me escucha, atento. Ya le dije que leer lo llevaría al asombro, a la sorpresa, pero él me desarma siempre con sencillez: con la vida propia.
Un día de estos tengo que preguntarle por este mundo tan ajetreado ahora. ¡Qué incesante el ruido! Le contaré que mi actitud es de resistencia no violenta, pero firme, en busca de mi propia libertad de pensamiento. Intuyo que me dirá que eso exige un renunciamiento constante.
Lo último que hemos leído juntos ha sido El colibrí, de Sandro Vernonesi. El colibrí puede pararse en vuelo sostenido tan sólo por sus frágiles alas, también puede volar hacia atrás. Una novela que habla de todo lo que en apariencia es fortaleza, pero ahí están las verdades y los cambios, las sacudidas que hacen caer nuestros castillos de naipes. Concluyo que sólo existe una certeza única, la que postergamos, la que obviamos: nuestro adiós. ¿Cómo lo resistimos?
Me contesta el «Señor E»: porque necesitamos creer que hay un mañana, que hay esperanza.
Una humilde alumna firma esta columna.