En nuestros corazones

Que Antonio Guterres haya reconocido que la impunidad campa a sus anchas “por Oriente Próximo, en el corazón de Europa, en el Cuerno de África y en otras partes del mundo” y que “ese nivel de impunidad es políticamente indefendible y moralmente intolerable” es reconocer con valentía una realidad terrible, pero también la impotencia de los países y de las organizaciones internacionales para hacer respetar los derechos humanos y devolver la dignidad a las víctimas. Porque, dicho eso, lo que tenía que hacer Guterres es presentar su dimisión y pedir la clausura de una ONU que ya sólo es un pequeño teatro donde cada actor representa el papel que ha escrito él mismo y donde ni hay orden ni dirección ni guion ni objetivo. Y donde, lo que es mucho peor, los actores, los embajadores de los países, se ríen de los espectadores. Incluso de los que sufren la violencia, las agresiones, la persecución, el exilio y la muerte.


Netanyahu será recordado como uno de los mayores asesinos de la historia, amparado en el silencio de los gobiernos que le apoyan. Y aunque sus rivales sean Hamás e Hizbulá, los peores terroristas o los dictadores más salvajes, los violadores permanentes de todos los derechos humanos, los perseguidores de todas las libertades, especialmente las de las mujeres sometidas a un feudalismo cruel, no hay razón alguna que justifique una guerra que ha causado la muerte de más de 50.000 civiles, casi 20.000 niños, un millón de desplazados, todos ellos inocentes, y un territorio arrasado. Que los terroristas actúen con la misma impunidad que el Gobierno israelí y se amparen en los civiles para cometer sus asesinatos, tampoco justifica esta matanza. Como dice el filósofo Reyes Maté en una entrevista en Nuestro Tiempo, “aceptar que el crimen forma parte de una estrategia política no es defender una idea, es cometer un crimen”. A un lado y a otro de los contendientes hay gobiernos “democráticos” que amparan estos crímenes. Al lado de las víctimas no hay nadie.


Lo mismo podemos decir de Ucrania y de la invasión rusa que ha causado miles de muertos y millones de desplazados, además de la destrucción de un país. Sin respeto a ninguna regla, sin líneas rojas, sin razones y sin necesidad alguna. Por el capricho de un dirigente. O de África, donde gobiernos corruptos, ejércitos clandestinos y países como Rusia o China están imponiendo su ley, aquí sí con claros intereses colonialistas y económicos: El continente cuenta con el 30% de los recursos minerales y el 19% de las reservas de metales para aplicaciones eléctricas. Si nadie lo remedia, será expoliado. Sin olvidarnos de Nicaragua y de otros países hispanoamericanos, podemos hablar de Venezuela donde un gobernante que pierde las elecciones, manipula los resultados y se mantiene en el poder deteniendo, chantajeando o expulsando a los opositores, manipulando el poder judicial y malversando la enorme riqueza de un país. O de México donde también se ha acabado con la independencia del poder judicial y donde la impunidad de los gobernantes y su incompetencia para acabar con los problemas reales del país, como los miles de asesinatos o el imperio del narcotráfico, se esconde con apelaciones a la culpabilidad de Hernán Cortes (¡!), a España y a su Monarquía.


Las instituciones que deberían poner freno a esta impunidad y a estos abusos están desaparecidas. No sólo la ONU. También la OIEA, la OMC, la propia UE, incluso la Corte Penal Internacional. Los Gobiernos corruptos campan a sus anchas. Las mafias de la emigración o del narcotráfico se mueven sin límites. Los gobernantes se muestran dispuestos a venderse por unos pocos votos con tal de seguir en el poder al precio que sea. Decía Sócrates, y mira que ya ha llovido desde entonces, que “un Estado donde queden impunes la insolencia y la libertad de hacerlo todo, termina por hundirse en el abismo”.       

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