Obediencia

Hablan así porque ya no saben cómo hablarnos. Se alzan voces coléricas, vuelan palabras rabiosas y pesa sobre nosotros el absurdo de una política que quiere gobernarnos con frases hechas y encadenadas, bien trabajadas. Pareciera que la política se hiciera con miedo, sin propuestas, de la extrema derecha a la derecha extrema, me da igual, de la extrema izquierda a la izquierda extrema. Y nos es indiferente.


Entramos en el verano cuando las palabras que se intercambian desde nuestras instituciones públicas nos resultan inteligibles, sin importancia. Sin importancia porque nosotros estamos en nuestra propia batalla. Es como si ya supiéramos la trama de una pelea doméstica, intuimos su curso y su duración. Que den portazos. No nos sobresaltamos. Porque entre los vicios más graves de nuestra época, hay que mencionar la obediencia. Entonces, cuando los vecinos de un municipio pequeño de Salamanca, Tabera de Abajo, se niegan a formar mesa electoral el 23 de julio, entonces nos sorprendemos.


Comenzamos a obedecer hace siglos, frente a reyes, señores feudales, patronos y padres. Con respecto a la educación de nuestros hijos e hijas, yo misma me apresuré a enseñar a las mías a serlo: obedientes. ¿No es una virtud? Sin embargo, confío en no haberme olvidado de cultivarles otras fortalezas: la valentía y el menosprecio por la injusticia; la capacidad de poner en duda, de cuestionar la realidad que pude aprisionarnos; el saber distanciarse de cualquier certeza heredada para observarla desde lejos.


Erich Fromm, sociólogo y filósofo alemán, dice que el hombre ha perdido su capacidad de desobedecer, que ni siquiera se da cuenta del hecho de que obedece. Esta afirmación me asusta. Me da miedo que nuestra sociedad esté casi totalmente alineada. En realidad, por eso me alegró la sublevación de los salmantinos. Libran su combate, pensé, mientras nuestros representantes juegan a las puyas estivales. Recordé la novela El campeón ha vuelto de J.R. Moehringer, fui a la estantería, leí:


«Seas quien seas, estés donde estés, estoy casi seguro de que estás librando una pelea. Tal vez sea una pelea contra un mal trabajo, o un jefe cruel. Tal vez sea una pelea interna, contra una duda paralizante, o un temor que te desgasta o una pena sin fondo. Tal vez pelees contra una enfermedad, o un dolor, o una separación nada amistosa, o algún otro monstruo amorfo que parece decidido a devorarte entero: la locura, la culpa, una deuda. Tal vez estés peleando por algo, por algo esencial, que no has tenido nunca. Un hogar seguro, un amor verdadero, un trabajo satisfactorio. Tal vez lo hayas tenido y te lo han quitado y estés peleando por recuperarlo. Sea cual sea el caso, esta mañana, al poner los pies en el suelo, o en la cubierta de tu barco, o en la tierra de tu campamento, has planificado el día alrededor de esa pelea».


Verán, no me asusta vivir hacia dentro, y lo sé bien y desde hace mucho tiempo. Hacia dentro sólo es posible si conoces bien tu periferia. También si sabes cuál es tu pelea, tu lucha. Seré obediente, porque votaré el 23 de julio, alzaré mi voz y mi voto, pero no me movilizará el pánico. Solo me da miedo la posibilidad de dejar de pensar por mí misma, acomodada en cualquier lugar de opinión generalizada, mientras libro mis propias batallas.

 

Obediencia

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