Primera vez

La primera vez que ejercí mi derecho a votar fue en el verano de 1993, entonces ganó las elecciones el Partido Socialista liderado por Felipe González. Pero el idilio contundente que la sociedad española inició en 1982 con el PSOE empezaba a debilitarse: vencieron los socialistas con mayoría simple, forzados a gobernar con Jordi Pujol, viendo las distancias acortadas con el fuerte incremento del Partido Popular de José María Aznar en votos, preludio de lo que pasaría después. 
 

Mientras escribo esta columna desconozco los resultados de los comicios del 23 de julio, verano de 2023, en el que mi hija ejerce su derecho a voto por primera vez junto a más de millón y medio de jóvenes en nuestro país. Llevo días recordándole a Clara Campoamor, política y escritora, impulsora del sufragio femenino en España: «La libertad se aprende ejerciéndola». 
 

Con la perspectiva que confiere el paso del tiempo, observo que cualquier época es susceptible de momentos cruciales, de etapas difíciles, de situaciones más o menos críticas que afrontamos como generación, como ciudadanos, como país. 
 

Así, mi primera vez en las urnas, que venía precedida por la brillantez de los Juegos Olímpicos de mi Barcelona natal, estaba todavía condicionada a nivel internacional por la caída del comunismo en la Unión Soviética, el final de la guerra fría, la hegemonía de los EEUU, y la voluntad de los países del Este de integrarse en las instituciones europeas. Mi primera vez igual estaba supeditada a nivel nacional por el terrorismo, pero también por la forma irregular de combatir el terrorismo, por la fuerte corrupción institucional, por las tasas de paro y la recesión económica, entre tantas otras cosas.
 

En la primera vez de mi hija, precedida por una pandemia mundial, está presente la agresión rusa a Ucrania, la fuerte escalada bélica internacional, el flujo de refugiados, la crisis económica. Su primera vez está condicionada por temas tan relevantes y desigualmente gestionados como la salud mental, el acceso a la vivienda, las políticas de igualdad, el cambio climático, la educación y el derecho al aborto, entre tantas otras cosas. 
 

Debatimos en casa sobre tener criterio, pero el criterio no se alcanza, se va edificando, su estado es de formación continua.  Del latín tardío criterĭum, y este del griego κριτήριον krit rion, criterio es la norma para conocer la verdad. Escribió Nuccio Ordine, profesor de Literatura italiana en la Universidad de Calabria y autor de varios ensayos, que «quien está seguro de poseer la verdad no necesita ya buscarla, no siente la necesidad de dialogar, de escuchar al otro, de confrontarse de manera auténtica con la variedad de lo múltiple. Solo quien ama la verdad puede buscarla de continuo».
 

Decidir con criterio debe parecerse entonces a poner continuamente en duda la verdad y abrir espacio a la tolerancia. «Por tales motivos, la pluralidad de opiniones, de las lenguas, de las religiones, de las culturas, de los pueblos, debe ser considerada como una inmensa riqueza de la humanidad y no como un peligroso obstáculo». Ninguna opción política podrá jamás reivindicar la posesión de una verdad válida para todos. Saberlo, es lo que nos permite poder entendernos con quienes piensan de manera diferente a nosotros. 

Primera vez

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