La prisión de los días

Hay hombres que delinquen para ir a parar a la cárcel, donde dicen estar mejor que en la calle, asegurándose techo, comida y unas condiciones acordes con su naturaleza y dignidad. Un suceso terrible que, en caso de no ser cierto, habla mal de ellos y su responsabilidad, y de serlo, debería llenar de vergüenza a esta sociedad y aún más a quienes tienen por mandato remediar nuestras necesidades sin tener que ingresarnos en prisiones, manicomios, cajeros, puentes y derribos.


Quizá esté siendo injusto con la sociedad porque ella, de mejor o peor grado, coopera para que sea otro su destino. Y lo hace con su trabajo y esfuerzo, es decir, con sacrificio. Sin embargo, ese dinero no alcanza, nunca lo hace, es más, mengua exponencial como exponencialmente crecen los hombres que reconocen estar mejor en prisión que en los penales de sus días y afanes.


¿Dónde va ese dinero? Pues paradójicamente a cubrir necesidades de hombres, por lo que cabe preguntarse, ¿cómo es posible entonces que haya entre ellos quienes prefieran el encierro a la libertad o la marginalidad a la integración? ¿De dónde salen? ¿Quién los pone ahí? Puede que sean el atrezo de la trifulca política. Meros figurantes contratados para desprestigiar hoy gobiernos y políticas de progreso y mañana conservadores.


Lo que no cabe decir, ni pensar, es que alguien mete la mano. Porque nuestros gobernantes son hombres de honor, tanto, que no desean entrar en la cárcel.

 

La prisión de los días

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