Una resistencia

Estos días las calles se han llenado de impresionantes lonas publicitarias, la prensa de palabras gastadas y el país entero de promesas, de unos y de otros. Verán, he apagado la tele, he abierto los libros. No crean por ello que me interesa poco el buen funcionamiento de nuestra sociedad, se sorprenderían, en la facultad me licencié en Ciencias Políticas. Por eso.


Leer sirve para construir ciudadanía, da herramientas para la formación de nuestra opinión, porque alimenta el aspecto crítico que nos permite valorar, nos edifica. La lectura, más que nada, nos confiere criterio, nos habilita para participar y aportar al desarrollo de nuestra comunidad. Les confieso que llevo tiempo alistada, militando en la resistencia, en el bando rebelde, ése que todavía cree en la bondad del ser humano. Tengo una esperanza demencial. Como Ernesto Sábato, en sus cinco cartas de esperanza, atemporales reflexiones en un libro, La Resistencia, al que vuelvo en estos días ocupados, porque es pequeño, porque no puedo alejarme.


Que esta sociedad virtual, rápida, no nos distancie del corazón de las cosas. Leo porque hacerlo exige lentitud, pero leo sobre todo porque hacerlo me confiere libertad. No sé si nuestros políticos nos lo dicen, pero deberíamos saberlo, lo sabemos, que estamos en una época difícil, compleja, como en tantos otros momentos de la historia, desde luego. ¿Cómo vamos a sobrellevarlo? ¿Cómo nos mantendremos serenos, lúcidos? Me resisto a no comprender, por eso me armo con la literatura.


Leo libros como historias lanzadera, como si viajara en un tren con paradas y enlaces: subo, bajo, cambio de vagón, llego a destino, empiezo nuevo viaje. Hay libros que me llevan a otros, todos me hacen preguntas, algunos hasta me dan respuestas. El río, de Rumer Godden, una novela pequeña con una historia grande: «Yo diría que es mejor nacer una y otra vez que morir continuamente». Me hace tomar conciencia de que un cambio es también una despedida y entender mejor mi relectura de Tierra desacostumbrada, de Jhumpa Lahiri, que ahora publica Cuentos Romanos, que no he leído todavía, pero aventuro que hablará de fronteras, de confines, de límites, del rencor que se aplaca o se exacerba, del amor que termina o se refuerza, de las pérdidas que se superan, de la confianza, que se gana o se pierde.


En estos días se gana o se pierde, en eso están, con sus relatos, los que llenan buzones de historias electorales. Cuando abro esas cartas que no quiero recibir, todas me parecen iguales, todas se parecen, con eslóganes trabajados, color verde, rojo, azul, morado, amarillo y naranja. Mientras ellos, con discutible elegancia, pelean por ganar, nosotros peleamos con nuestras pérdidas, las manejamos, somos hábiles, las aceptamos como algo propio del destino del ser humano: perdemos madres, padres, hijos, perdemos países, ¡perdemos la lengua!, la identidad, la confianza, el pasado, la inocencia, las raíces; perdemos oportunidades, trabajos. Nuestra suerte ha transcurrido siempre en ese alternarse de esperanza y lucha, ahí está nuestra victoria, en nuestra voluntad de avanzar, de seguir, de hacerlo mejor.  Yo tengo fe en ese porvenir. Tengo fe en nosotros. Una ilusión demencial.


Sigo leyendo, no me evado. La palabra leer nos llega del latín legere, significa escoger, elegir, preferir, también decidirse por. 

Una resistencia

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