Mi respeto, presidente

El presidente de gobierno merece todo nuestro respeto, aun siendo lo único que nos quede. A él, quizás, ni eso. Cierto es que tal vez no lo necesite y tenga por respeto el que todo discurra según su criterio en la apetencia y demás “diablos” que habitan su cabeza.


Afirmo esto en la certeza de que siendo nuestro se lo podemos ofrendar a aquel que nos marque nuestro criterio, y más en un caso como este, en el que lo hacemos con nuestro presidente, elemental puntal democrático. Porque, nos guste o no, es el presidente de nuestra nación y decencia democrática. Dicho esto, nace en mi ánimo la duda de si, entregándoselo por ser nuestro, no estamos haciendo lo que hace él con el propio. Es decir, que cabe que haga lo mismo con el nuestro, que lo dilapide, digo, en esas mismas empresas que ponen en jaque el suyo.


Aun así, no cabe preguntarse: si no lo respetamos, ¿qué respeto merece? Y no cabe porque le corresponde aquel que le confiere su naturaleza al margen del cargo. Entendamos que es bicéfalo en materia de respeto. Aun así, es lógico, tanto como humano, concebir la certeza o la duda de que también ese respeto suyo, el que merece, se ha desmerecido. Pero si eso ocurre, debemos recordar que, como presidente de todos, está investido de un respeto común que nada tiene que ver con el otro. Quiero decir que puede dejar de respetarse, de ser respetable, pero aun así, no cabe que le perdamos el respeto, porque él es nuestro respeto. 

Mi respeto, presidente

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