Rojos y rojísimos, contra azules y azulísimos

Siempre me han alarmado esos mapas en los que se pinta a España de rojo o de azul, según los territorios que la izquierda o la derecha hayan conquistado en las elecciones. Dos Españas, al menos dos, consolidadas hasta en los grafismos. Pocas veces, por cierto, han estado ‘las derechas’ y ‘las izquierdas’ más polarizadas y, a la vez, más fragmentadas que ahora. De manera que los resultados del próximo domingo se juegan en virtud de una serie de alianzas que los partidos mayoritarios consideran un castigo, pero que no tienen otro remedio que asumir. Un puñado de votos, pocos miles, bastantes menos que en ocasiones anteriores, van a decidir el color del mapa que los medios publicarán el lunes. Rojos y rojísimos contra azules y azulísimos, he ahí el eterno dilema.
 

Creo que, entre los muchos disparates de esta campaña improductiva que enfila su última semana, se encuentra precisamente este fomento de la dialéctica entre bloques, incluso con remisión al pasado (ETA, Primo de Rivera), en lugar de buscar un terreno más concreto, asequible al ciudadano, para confrontar ideas, soluciones y proyectos. No creo que ni la exhumación de quien fundó la Falange hace noventa años ni agitar la tristísima memoria de una banda terrorista que desapareció hace doce hayan sido hitos para conmover al votante, la verdad. Ni creo tampoco que la continua apelación a los riesgos de que la derecha (Pablo Iglesias dixit) o la izquierda (Díaz Ayuso lo sugiere siempre que puede) intenten a dar un golpe de Estado vaya a llevar votos a ninguno de los dos extremos. Son demasías, patentemente alejadas de la realidad de los problemas que cotidianamente vivimos ahora los españoles, los europeos, el mundo.
 

Lo que ocurre es que los azules recelan continuamente, y con razón, de los mensajes de los azulísimos, y lo mismo ocurre con los rojos y los rojísimos. Sí, puede que exista un pacto aún tácito entre rojos y rojísimos y entre azules y azulísimos para ayudarse a conseguir una gobernación municipal y autonómica de las muchas que dependen de estos acuerdos para alcanzar una parcela de poder; pero serán acuerdos tapándose ambas partes la nariz. La situación a día de hoy es más o menos la que describía ayer el humorista Ramón: “Y pensar que, votes lo que votes, hasta el día siguiente no sabes lo que has votado...”.
 

Yo creo, centrándome en el campo azul, que Pedro Sánchez ha hecho hasta ahora una campaña mejor que Núñez Feijóo. Claro, con la ayuda del BOE, de los viajes a la Casa Blanca y a Bruselas, pudiendo sacar cada día un conejo de la chistera gubernamental que descoloque al adversario, así cualquiera, me dirá usted, con cierta razón. Pero es verdad que la derecha --no hablo ahora de las patentes diferencias con la derechísima-- ha tenido una actitud demasiado dependiente de los mensajes del Gobierno, ante los que lo presenta todo en trazos negros sin matices. Y el electorado, por muy polarizado que esté, es ya lo suficientemente maduro como para exigir esos matices, tanto a ‘las derechas’ como a ‘las izquierdas’.
Me aseguran que Feijóo va a cambiar algo el tono en sus últimos mítines, como el masivo de la plaza de toros de Valencia este domingo.

Rojos y rojísimos, contra azules y azulísimos

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