Al presidente Sánchez le queda año y medio en la Moncloa. Una vez que pase ese tiempo, las posibilidades de que siga, no ya en el poder sino al frente de lo que quede del PSOE, serán verdaderamente reducidas. Por eso se va a agarrar con uñas y dientes al sillón presidencial. Pero ahora, la preocupación no es esa. Lo urgente es ver cómo capea un fracaso electoral en Andalucía, el primer granero de votos del PSOE, que puede ser durísimo. Como reconstruye, si es capaz, las destrozadas relaciones con Argelia, tras el “fallo de cálculo” y la amenaza permanente de Marruecos, a pesar de la cesión del Sahara. Cómo minimiza la inexistente presencia española en la Unión Europea, en Hispanoamérica y hasta en la OTAN, a pesar de que vayamos a ser anfitriones de su próxima cumbre, por cierto, con la oposición insólita de medio Gobierno. Cómo garantiza la estabilidad salarial y frena la subida persistente de la inflación, con el desbordamiento de los precios de la energía. Cómo rehace los Presupuestos, con la caída constante de la previsión de crecimiento del PIB, tres puntos ya sobre lo previsto hace seis meses. Cómo llega a pactos imprescindibles y urgentes con una oposición que, como él mismo ha dicho, le “estorba”. Qué más va a tener que ceder a Bildu, al PNV y a los independentistas catalanes para mantener sus apoyos. Cómo puede mantener la gobernabilidad con sus socios de Podemos cuando el enfrentamiento o la incomunicación crecen. Cómo mantener un Gobierno donde hay ministros quemados, ministros ausentes, ministros inútiles y ministros en guerra.
Coincide esa situación con la desunión desorganizada de la extrema izquierda en Andalucía, que les va a dar un fuerte castigo, con el hundimiento de Podemos en toda España y con la puesta en marcha, por fin, de “Sumar”, la plataforma de Yolanda Díaz que, aunque “busca solo escuchar”, lo que quiere es “Ganar España”. La figura de Yolanda Díaz es tan curiosa como su plataforma, la imagen que quiere transmitir y sus objetivos. Es vicepresidenta aunque no quería serlo. Es la líder de Podemos pero va a acabar con Podemos. Es comunista, milita en el PCE, y antes en Izquierda Unida, pero vende modernidad y centralidad. No es creyente pero se fue a ver al Papa Francisco. Se lleva mejor con Iñigo Errejón, el que abandonó a Pablo Iglesias --¿o fue al revés?-- que con Ione Belarra o Irene Montero. Asegura que no va “a encabezar ningún proyecto político ni ninguna candidatura” sino “una gran conversación con la sociedad española”, eso sí, desde el cargo de vicepresidenta del Gobierno desde julio hasta no se sabe cuándo. No pierde nunca la sonrisa pero puede ser tan dura como imaginemos. Y tiene un equipo de diez personas con el que prepara cada movimiento y cada gesto. Es una luchadora incansable y sabe bien lo que quiere. Aunque a veces lo disimule.