Por quinta vez, Toya Garcia Senra (Vigo, 1955), licenciada en Bellas Artes por la Facultad de Bellas Artes San Fernando de Madrid y con una ya exitosa carrera nacional e internacional ( Londres, Viena, Nueva York...), trae su obra a la galería Moretart, bajo el título de “Sumergida en mí” donde de nuevo nos aproxima a espacios liminales o nos lleva, de un modo simbólico hacia honduras desconocidas, hacia esos horizontes donde “ la realidad se abre”--verso de Wilsawa Szymbosrka, citado por ella en su muestra “Soñar despierta”. Son esos linderos de la realidad adivinada o ensoñada por donde suele discurrir su imaginario, aunque ella los vista de embarcaderos de orilla-mar o de campos de golf donde lo que se dirime es la jugada de la vida. Para hablar de la lucha inherente a esos periplos, hay una obra en la que representa el mar como un espacio metafórico de gigantescas y agitadas olas, a punto de tragar una pequeña barquichuela de papel. La soledad es otro de sus temas y establece diálogos de soledades, como en la pintura donde tres jovencitas contemplan un cuadro en el que lo que se representa es una enorme vastedad gris; ese territorio inmenso y anodino puede leerse como un muro al que han de enfrentarse, inevitablemente, los viajeros de la vida. Viajeros para coger un barco invisible son los dos personajes que vemos de espalda caminando por el largo pantalán de un muelle que se adentra en la inmensidad marina hacia un horizonte lejano e ignoto. Hay una serie de obras en las que representa peces, ya nadando entre aguas oscuras, ya sumergidos en una hondura color carmín y que, de algún modo, nos remiten a una etapa de la evolución de la vida y también nos hacen pensar en todo aquello a lo que permanecemos ajenos, aunque nos alimenta y nos rodea. De alguna manera, como en su muestra “De Kepler a Neptuno” del año 2020, prefigura el eterno drama del ser humano protagonista de un enigma que lo lleva a enfrentarse con la polimorfa e infinita realidad y de la cual, a menudo, sólo puede recoger retazos. El cuadro deviene un cubículo cerrado en el que se representa un relato evocador, una cuadrícula que sólo puede atrapar una parte de la realidad y que, cubierta a veces de resina epoxi, nos hace recordar a los fósiles atrapados en el ámbar. Hay una serie de piezas que ya entran en el terreno de la pinto-escultura, pues están formadas por largos tubos blancos, en cada uno de los cuales relata en vertical diversas historias: una bailarina trazando un paso de danza, una larga fila de siluetas caminantes, dos personajes subidos sobre un pedestal, otro sentado en un banco, un hombre caminando junto a un alto y delgado árbol, etc; la existencia, en suma, deslizándose inevitablemente atrapada en un tubo. Sus creaciones, en las que establece sinergias y contrapuntos espaciales, están llenas de sugerencias y de poder evocador, transmiten la multiforme variedad de la vida con su bullir de formas, y sus variopintas realidades y en cuyo centro está el ser humano como observador fascinado por ese eterno pasar.