En vísperas de las recientes elecciones argentinas decía un internauta que “se enfrenta la derecha libertaria a la izquierda intervencionista” y sentenciaba con deliciosa ironía “La situación es crítica, pero no grave”.
Esta expresión describe el desastre que ahora vive nuestro país. Los españoles no tenemos la resistencia estoica de los argentinos para tomar con filosofía esta hora de España, más crítica que grave, que acaba con décadas de una democracia plena y representa la mayor deslealtad al pacto constitucional de la Transición a cambio de una “transición a la inversa”.
Esto es la ley de amnistía. El Gobierno otorga la impunidad a Puigdemont, a todos los implicados en el procés, también a los Pujol, y entrega al independentismo el genuino Estado de Derecho que cambia por un “Estado culpable” en la mayor operación de corrupción política.
Por siete votos se borran todos los delitos, entre ellos malversación, terrorismo y alta traición, y se otorga impunidad a delincuentes que se sublevaron contra el orden constitucional, se derriba la igualdad de todos ante la ley y se divide y humilla a la sociedad española, humillación que culminará cuando Puigdemont regrese amnistiado y viaje desde la frontera en olor de multitud haciendo varias peinetas al Estado y a todos los españoles.
El presidente del Gobierno pide confianza. La ley, dice, “va a ser beneficiosa para la reconciliación y para fortalecer a España y la democracia”. O es un ingenuo, o un ignorante o encarna el principio de Hanlon que atribuye algunos dichos y hechos, antes que a la maldad, a la estupidez de su autor. La ley, presidente, rearma a los independentistas para repetir lo que hicieron sabedores de que su Gobierno desactivó todas las defensas políticas, jurídicas y morales del Estado.
Fernando Vallespín, catedrático de Ciencia Política, escribía (El País, 15.01.2024) que “las democracias de hoy no mueren de infarto o de ictus… sino de una metástasis progresiva del cuerpo político… El objetivo primero es tomar el Estado, además del Gobierno, la eliminación de todo el sistema de contrapoderes, muy en particular el poder judicial, colonizar las instituciones con fines partidistas. De modo paralelo, el objetivo es desacreditar toda oposición, de otras fuerzas políticas o de los medios no favorables; ignorar el pluralismo, que el pueblo hable “con una sola voz”, la que emite el líder o sus secuaces; silenciar al disidente”. Tal cual, descripción perfecta de lo que hace el Gobierno.
¿Queda espacio para algo de esperanza? En situaciones límite los antepasados invocaban el viejo dicho válido para muchos casos en los que nos vemos envueltos los humanos: “nunca choveu que non escampara”. Claro que, cuando escampe, Pedro Sánchez y los Bolaños ya no estará en el poder. Quedarán los destrozos que están causando al país convertidos en problemas irresolubles.