En 1957 los líderes políticos de seis países europeos firmaron el Tratado de Roma que creaba el Mercado Común para impulsar la cooperación política y económica, promover la reconciliación y evitar más guerras entre los europeos.
Aquellos “padres fundadores” estaban alumbrando la Unión Europea que nos dio el período de paz más largo y de mayor bienestar del que nunca había disfrutado Europa. Parafraseando a Antonio Scurati, el haber nacido en Europa nos hizo la generación más “próspera, protegida y longeva, la mejor alimentada y cuidada que jamás ha pisado la faz de la Tierra”.
Es verdad que el hecho de estar en Europa no nos dio la felicidad absoluta, ni nos libró de soportar muchos problemas. Pero Europa nos dio la democracia y la paz, nos enseñó a entender la política como “un sentimiento de pertenencia a un destino común”, nos ayudó a aprovechar las fortalezas de la revolución tecnológica y a superar juntos dificultades como la guerra fría, los intentos desestabilizadores, el terrorismo, la crisis de 2008 y la pandemia que nos asola desde 2020.
Pero cuando creíamos que el coronavirus era el paradigma de todos los males, llegó la agresión criminal a Ucrania ordenada por Putin, un autócrata megalómano sin escrúpulos para el que la democracia y la libertad “son valores occidentales” que hay que destruir.
Desde el 24 de febrero varias generaciones de europeos, que conocíamos la guerra por los libros de texto, estamos viendo en directo sus horrores: la destrucción y la muerte indiscriminadas, familias rotas, el llanto de los niños y la desesperación de los mayores, el éxodo masivo de la población… Son los horrores de esta invasión asesina y cruel decretada por el Hitler del siglo XXI, un criminal que pisotea el Derecho internacional y está masacrando a una nación y a su gente a la que impide elegir su destino.
El miedo a esa democracia y libertad representada por Ucrania, que deja al descubierto su autoritarismo, junto a la nostalgia de la URRS y una ambición y arrogancia sin límites ni controles, le llevan a “reescribir el pasado” descargando toda la maquinaria de guerra para destruir una joven nación a la que no solo niega el derecho a mirar a Occidente, le niega hasta su derecho a existir.
Créanme que no sé cómo rematar este comentario. Lo hago recordando la lección de dignidad del presidente Zelenski –“estamos peleando por defender la libertad que ustedes tienen”, dijo– que está al frente de un pueblo que puede ser aplastado por defender su democracia y su libertad, también la nuestra. Pero su admirable resistencia increpa a Putin, como increpó Unamuno a los sublevados españoles en el 36: “venceréis, pero no convenceréis”. Son un ejemplo para el mundo.