De una verdad desalentada

Hablo de la mañana que paseé tu playa siguiendo la infinita costumbre de mis días. Hablo de ese desierto que es tu arenal bajo el sol de enero. Te atravesaba, sigilosa, como un viejo castigo, una serpiente de plásticos. No sabía entonces qué clase de desastre había venido a morir al corazón de tu orilla.


Diminutas piedras blancas, ligeras como un sueño, pero muchas, te conté, tantas como para hacer visible lo invisible. Después me olvidé, porque la lluvia se puso airada y decidí sentarme a trabajar: iba a escribir un relato, un cuento, en tono íntimo, a modo de comprensión. Porque uno escribe sobre todas las cosas para hacerse preguntas. Preparé café y me acomodé en la cocina, que es el espacio más pegado a la vida que hay en mi casa, pero hay días en los que las palabras salen confusas, desalentadas, días en los que, a pesar de mi rotunda fe en ellas, debo dejarlas reposar.


Fuiste tú quien me pidió que me asomara de nuevo a la playa, que acompañara a nuestros vecinos, familias enteras dispuestas y en cadena, alistadas voluntariamente, como un corpus poético, para deshacer el infortunio y cuidar de la naturaleza.


Eso fue antes de que los medios de comunicación se hicieran eco del desastre, eso fue antes de la batalla del descrédito, de la inculpación de los de allí, de los de aquí. Antes de los discursos, de los relatos, de los  malos recuerdos, del diseño de cualquier plan estratégico, mis vecinos, unidos, resolvieron.


Días después y ahora, que la playa de Mera está prácticamente limpia de residuos, yo quiero sentarme a escribir, suplicando que las palabras me dejen matizar, me permitan expresar. Voy en busca de la verdad, que se resiste, ¿dónde está? ¿cuándo se ha ido? Me pregunto quién o quiénes se la han llevado a su terreno y han izado una bandera. Dice Luis García Montero, en Las palabras rotas, que uno debe ser muy precavido con la palabra verdad, porque todas las formas de poder buscan legitimarse fundando  unas verdades que se han impuesto como valor natural. «Ya no basta sólo con oponerse a los dogmas; resulta necesario cuestionar lo que respiramos como sentido común».


Ando leyendo poesía estos días, que si alguien puede hacer cautiva a la verdad es un poeta, y le presto atención a este mundo alienado, que no me enajene ni me domine bandera alguna.  Decía Larra: “El corazón del hombre necesita creer en algo, y cree mentiras cuando no encuentra verdades que creer”. Y salgo a pasear la playa, y saludo de nuevo a mis vecinos.

 

 

 

De una verdad desalentada

Te puede interesar