Vivir torcidos

Vivir es la aventura más maravillosa y hay que vivirla como se puede, pero siempre con esperanza. También se vive en los libros. Este Día del Libro he leído un interesante reportaje en el Cultural de ABC sobre los escritores hispanoamericanos que han hecho el viaje hacia España --sobre todo hacia Madrid, que ha sustituido a Barcelona también como capital cultural y sede de las grandes editoriales--, huyendo, en muchas ocasiones, del miedo y de la falta de libertad o de las condiciones políticas y sociales de países como Venezuela, Nicaragua, México, Argentina, Perú, Colombia... Ese viaje, que se ha repetido hacia allá o hacia acá en distintos momento de la historia, y casi siempre por lo mismo, entraña riesgos y cambios profundos. Nadie quiere irse de su casa, pero a veces te obligan a hacerlo. Es un viaje hacia la esperanza, pero está lleno de peligros. La escritora venezolana Susana Nuevo dice que “cuando estás en medio del desastre, acabas acostumbrándote a que las cosas vayan mal todo el tiempo: se aprende a vivir torcido y a no tener nada que no estés dispuesto a perder”.
 

“Vivir torcido” es vivir como se puede, renunciar a toda seguridad, jugarse la vida a cara o cruz y estar dispuesto a perderlo todo por un sueño. Muchos de los que viven “torcidos” --y no pienso ahora sólo en los escritores o en los profesionales que dan el salto a Europa “porque es mucho mejor ser pobre en Europa que en Colombia”, como dijo García Márquez-- han llegado a nuestra tierra “de libertad y progreso” para malvivir, para trabajar de peones de la construcción o cuidando ancianos, aunque sean licenciados universitarios, o para pedir limosna en la puerta de una iglesia y dormir al pairo. Y aún hay muchos, aquí y en otros lugares, que siguen envenenando al proponer que les echemos a la calle o que les dejemos morir en el Mediterráneo, el cementerio más negro de la historia.
 

No es lo mismo torcer que torcerse. Según la RAE torcer es “doblar o dar forma curva a una cosa” y torcerse “apartarse (una persona) de su conducta o su línea habitual, del buen camino”. Nos torcemos, a veces, pero casi siempre nos tuercen y algunos gozan retorciendo a los otros, siempre a los más débiles. También tenemos casas torcidas como la torre de Pisa. “Los torcidos” eran la facción más violenta de los Latin King en Madrid. Hasta Dios escribe en “renglones torcidos” como los del libro de Torcuato Luca de Tena y la película de Oriol Paulo. Y “la torcida” es la hinchada futbolística brasileña. Por torcer, algunos tuercen y retuercen hasta las leyes. Y a otros les toca enderezar lo errado. Ya lo decía hace quinientos años Fray Antonio de Guevara: “El buen juez no ha de torcer las leyes a su condición sino torcer su condición conforme a las leyes”. En eso están algunos hoy aquí.
 

Los que se van de su país huyendo del hambre, la miseria, la violencia, las violaciones o las dictaduras no pueden ser personas que sólo aspiren a vivir torcidas. “Todos los seres humanos nacen libres e iguales en dignidad y derechos, y dotados como están de razón y conciencia, deben comportarse fraternalmente los unos con los otros”. Es, ya lo saben, el artículo primero de la Declaración Universal de los Derechos del Hombre de 1948, que en 2023 cumple 75 años. El mejor homenaje es impedir que nadie tenga que vivir torcido. 

Vivir torcidos

Te puede interesar