El agradecimiento de Pardo Bazán a Eusebio da Guarda

El agradecimiento de Pardo Bazán a Eusebio da Guarda
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Los herederos de Eusebio da Guarda vienen de donar al Archivo Municipal una carta muy especial firmada por Pardo Bazán. En ella, la intelectual le agradece el gesto de levantar el instituto de la plaza de Pontevedra porque “felices los pueblos donde el rico entiende sus deberes para con la colectividad” y porque “socorrer al pobre es acercarse a dios”, obras como la que pensó el coruñés “de utilidad pública” es adelantar los siglos futuros, “aquellos en que la cultura no será una excepción entre las naciones y los pueblos”. Doña Emilia se despide con un saludo “al insigne patricio”, palabras que viajan enmarcadas al corazón del consistorio, donde recibirán más material gracias a una labor de investigación del historiador José Manuel Fernández Caamaño, que hizo que la familia Barret se moviese. 


Y es que la última rama del árbol genealógico cuenta que su bisabuelo y Eusebio eran primos carnales y que su legado pasó a Rosa, la hermana, pero que al morir designó como albaceas a los Barret, que vivían enfrente de su casa, en la calle Real. Sin embargo, José y Manuel aseguran que hasta la fecha, no tenían interés en rescatar los recuerdos, quizá porque su vida transcurrió en otro escenario, en Santiago. 


Así que tuvieron que llamar a la puerta de su primo Huberto, hijo de Evaristo Romero Barret, que se fue a Barcelona. Entre la documentación encontrada, hallaron la misiva de Pardo Bazán, que no viene fechada, pero Fernández Caamaño la sitúa en el 1884 porque en el 83 aún no se había empezado a construir el edificio. Además, figuran todas las escrituras de las donaciones de Eusebio. 


Está la que le pone patas a sus libros para que pasasen el resto de sus días en el centro escolar y el papel en el que Da Guarda se asegura que el instituto sea siempre un inmueble dedicado a la enseñanza y que de no serlo, revierta la propiedad “a los herederos”. Entre los fondos, está también todo lo referente a los problemas que se encontró en la iglesia de San Andrés cuando tropezó con que el gremio de mareantes, que se adjudicaba la capilla como suya. El templo, que dependía de San Nicolás, fue reconstruida por el propio Eusebio, que la quiso como panteón para él y su esposa Modesta Goicouría. 


Cuentan los hermanos Barret que pasó a ser del Arzobispado de Santiago con la única condición de que “descansaran sus restos y los de su mujer a espaldas del altar mayor”. Sin embargo, Goicouría murió antes de que se acabasen las obras y tuvieron que enterrarla en San Amaro hasta que no estuvo listo el nicho de San Andrés. En este conjunto de arquitecturas que Eusebio regaló a la ciudad, no hay que olvidarse del mercado que lleva su nombre. Data de 1905 y se hace bajo la testamentaría de Luisa y Rosa, sus hermanas. En 1987, fallece, pero ellas salen al paso para que el pabellón central de la plaza sea financiado con la herencia. Lo completa el Ayuntamiento aportando dinero para el norte y el sur. Es una estructura que se respetó aún haciéndolo nuevo. De esta forma, su recuerdo se despacha a diario con el pescado y la fruta. Es vida en un emblema de la ciudad próximo a otro, el instituto. Ambos pasean el mismo apellido y el archivo engorda. Se hace más grande con este trozo de historia. Que se une a los que vivieron ratos en una casa con una rosa de los vientos tatuada en el suelo.

El agradecimiento de Pardo Bazán a Eusebio da Guarda

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