Un hombre condenado por abusar de su hija, a juicio por llevarse a la menor

Cuando, en septiembre de 2011, la Audiencia Provincial impuso ocho años y medio de prisión a un treintañero natural de Barcelona por haber mantenido relaciones sexuales con su hija desde que esta tenía siete años y hasta los nueve, el tribunal marcaba una fecha, el 29 de marzo de 2010, como el punto final de los abusos. Fue, según indicaba aquella sentencia, la noche en que fue detenido después de una denuncia de la directora del centro de protección de menores La Milagrosa, en Meirás, donde estaban acogidos sus dos hijos bajo la tutela de la Xunta, por no reintegrarlos tras una visita.
Por ese incumplimiento, que ayer la religiosa responsable del centro calificó de “secuestro”, el hombre fue sometido ayer a juicio en penal 3 y se enfrenta a una pena de dos años más de cárcel, acusado de un delito de sustracción de menores.
“Siempre hubo sospechas sobre el padre porque, como después se demostró, abusaba sexualmente de su hija mientras machacaba mentalmente al hermano”, declaró la denunciante, que justificó su decisión de avisar a la Guardia Civil ante la falta de los pequeños por los incumplimientos previos y por los problemas de salud de la niña, aquejada de diabetes.

confesión
El testimonio de la directora fue una de las pruebas en las que se basó la Audiencia para ver probados los abusos sexuales continuados a la niña, ya que fue a ella a quien la menor relató los tocamientos que le hacía a su padre, tanto durante la convivencia familiar como después, una vez los niños pasaron a vivir al centro, en las sucesivas visitas.
Durante aquel juicio, el hombre sentado en el banquillo nunca reconoció ningún comportamiento de tipo sexual con la menor y tampoco ayer aceptó su culpabilidad, pese a admitir que no devolvió a los niños a La Milagrosa en la fecha en que debía.
“Fue una decisión de última hora, mi intención no era no reintegrarlos, era protegerlos”, aseguró ante el magistrado, justificando su conducta con las “irregularidades” que, sostiene, soportaban los menores. “Me pidieron no volver. Mi hijo me suplicó, lloraba. Decía que se reían de él, que le pegaban tortazos y le llamaban maricón, y yo le creí”, argumentó, y en su último turno de palabra volvió a excusarse: “Lo hice de corazón, sin ninguna maldad, porque les quiero”.
No obstante, tanto la entonces responsable del centro de menores como, en su momento, la psicóloga que evaluó a los pequeños coinciden en señalar que la influencia del acusado era negativa para los hermanos. “El niño no quería ir con él y ella le tenía miedo, se pegaba a él como una lapa porque tenía que hacer lo que mandaba. Ambos niños mejoraron notablemente cuando se apartaron de él”, evaluó la testigo en la vista de ayer. n

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