Mario Vargas Llosa trabaja siete días a la semana y aunque le cuesta trabajo, es algo que le da mucho placer. Se siente impulsado a hacerlo desde que siendo un chico se dio cuenta que no conocía a nadie en el Perú que pudiera dedicarse en exclusiva a escribir. Por eso, haberlo conseguido hace que esté eternamente agradecido. A las letras y a los que hoy se sentarán enfrente a analizar su obra en un Seminario Internacional de Investigación en el Panarinfo de la Universidad.
Para él, escribir le da casi tanta satisfacción como leer y a la vez que está y se hace visible a los lectores más jóvenes, planta las raíces de una nueva novela a la que vestirá de historia, la de Centroamérica, pero con fantasía, que es la forma que tiene él de contar. A unos cuantos meses de que se estrene una serie sobre los escenarios de su vida, el Premio Nobel de literatura se declara un entusiasta de ellas porque retoman la vieja tradición de las novelas por entregas y porque le divierten. Ahora bien, “si me dan a elegir, me quedo con los libros”.
Escoge “The Wire”, como favorita, es realmente extraordinaria y “La casa de papel”, que le recomendó su hijo mayor desde Washington y de la ficción salta a realidad para afirmar que la situación de España es complicada, pero “yo soy optimista porque cuando la conocí en 1958 era mucho más pobre y menos democrática”. Menos abierta y nada integrada en Europa. Con esos antecedentes, al escritor le parece que el país se ha transformado de una manera extraordinaria.
Cuando le tocan citas como la de hoy, Vargas Llosa dice acudir con temor: “Los expertos en mi obra saben más de los libros que yo mismo” y así le pasó que cuando acabó el borrador de “La ciudad y los perros” se lo dejó leer al crítico francés Claude Couffon y “me cambió el final y el libro mejoró considerablemente”. Gracias a él consiguió también un editor, Carlos Barral, que se entusiasmó tanto con la novela que venció en una batalla de un año a la censura “que me la quería masacrar”.
Al final, el título salió con siete frases cambiadas que en la segunda edición, Barral reemplazó por las originales. Esto fue “lo que cambió mi historia”. Por eso, cree que la censura nunca hay que aceptarla, “es venenosa para el arte y la cultura en general”. Existen unas leyes, añade, que si un libro delinque lo resuelve el poder judicial, pero “la censura es absolutamente inaceptable” y, en realidad, “no es el gran problema actual. Son las mentiras que tienen apariencia de verdades, las postverdades que son simplemente mentiras”.
Y entre tanto combina los dos libros que tiene en su mesilla, algo que aprendió con los años. Así que al mismo tiempo que repasa los dictadores más feroces de Centroamérica, relee “La condición humana”, de André Malraux, uno de los grandes del siglo XX “relegado por razones políticas”.
Seminario
El Premio Príncipe de Asturias de las Letras aseguró que seminarios como el de hoy le dan miedo. Su presencia en la ciudad se debe a un primer estudio que realizó la Universidad sobre Joseph Conrad. Contó la catedrática de Filología Inglesa, María Jesús Lorenzo, que “no se podía hablar de Conrad sin hablar de Vargas Llosa” y porque la publicación ya estaba terminada, la experta entendió que con una entrevista suya el volumen tendría el sentido que buscaba.
Por eso, movió los hilos para traerlo. Ayer le agradecía su generosidad. María Jesús hablará con él a las 12.45 horas en un Paraninfo que recibirá a expertos como Juan Cruz, Roy Boland o Efraín Kristal.